Durante décadas, México —el país en general— ha acogido de buena manera oleadas migratorias. Desde la llegada de refugiados españoles en 1936, pasando por migraciones de libaneses, argentinos, chilenos y cubanos. Muchos provenían de lugares con problemas sociales o en guerra, otros huían de regímenes totalitarios. A lo anterior se suma que México ha sido siempre punto de atracción para habitantes de naciones latinoamericanas.

En años recientes, ya en este milenio, llegó a residir a la Ciudad de México un número importante de colombianos. Desafortunadamente, en varios casos delictivos salieron a relucir personas de esa nacionalidad, que ocasionaron que empezara a surgir una estigmatización hacia ellos. En estos días la comunidad del país sudamericano vuelve a ser noticia tras registrarse la tercera muerte violenta que ocurre en la capital del país de una mujer de esa nación. A los casos de Diana Alejandra Pulido y Mile Virginia Martin se sumó el sábado pasado el de Stephanie Magón Ramírez, quien apareció sin vida, desnuda, en calles de la colonia Nápoles. Aún se investigan los hechos para determinar las causas.

Han sido tres mujeres colombianas, menores de 30 años, muertas en extrañas situaciones. Integrantes de la comunidad colombiana han expresado su preocupación por la estigmatización y revictimización que se ha promovido en medios de información, debido a la nacionalidad, género y oficio.

Los mexicanos saben actualmente lo que es ser estigmatizados: el candidato presidencial republicano en Estados Unidos ha definido como asesinos y violadores a los connacionales que viajan a su nación a buscar una mejor forma de vida; los vuelos procedentes de México son especialmente vigilados al llegar a otros países ante la posibilidad de transportar droga; la imagen mexicana en varias partes del mundo se asocia inevitablemente con el tema del narcotráfico. Es cierto que miles de mexicanos cometen ilícitos y que hay situaciones violentas en algunas regiones, pero no es una situación generalizada.

La muerte de las jóvenes colombianas, sobre todo de las dos últimas, debe ser esclarecida garantizando el más estricto apego a la verdad y a una efectiva impartición de justicia. Mujeres que dejaron su familia y que llegaron a un país ajeno en busca de mejores oportunidades no merecen morir sin que sus fallecimientos sean debidamente explicados.

Por esos hechos de ninguna manera una comunidad debe ser estigmatizada. ¿Por qué no recordar simplemente dos grandes colombianos que eligieron nuestro país para vivir y que consideraron suyo? Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis… por citar sólo dos ejemplos.

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