Es difícil de creer, pero algunos cárteles mexicanos siembran y cosechan marihuana en parques nacionales de Estados Unidos desde 2012.

Según una investigación de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) de la que da cuenta hoy este diario, en los últimos tres años se ha registrado un incremento en los descubrimientos de cultivos de cannabis en parques nacionales del vecino país, principalmente en el estado de California, lo que las autoridades estadounidenses atribuyen directamente a que cárteles de la droga mexicanos han comenzado a operar en estos lugares para, naturalmente, ahorrarse los costos y pérdidas de cruzar su mercancía por túneles y garitas internacionales.

En 2012 la DEA destruyó 3 millones 631 mil 582 plantas. En tanto, en 2015 se acabó con 3 millones 904 mil 213 plantas; es decir, un incremento de 8.2% en el breve lapso de un trienio.

Tan sólo el valor en el mercado negro de la marihuana incautada en esos tres años —118 millones 874 mil dólares— y la cantidad de armas decomisadas durante los operativos de desmantelamiento —24 mil 374 artefactos— da una idea de la magnitud de la actividad comercial en el vecino del norte y su importancia económica para las organizaciones criminales.

El hecho de que narcotraficantes mexicanos se hayan establecido en Estados Unidos con sus jornaleros, no para distribuir, sino para cultivar, por ahora sólo marihuana, en las sierras y parques nacionales resulta paradójico, por decir lo menos, porque evidencia que la principal nación promotora de la prohibición de las drogas a nivel internacional es incapaz de evitar su producción al interior de sus fronteras. Lo que lleva inevitablemente a cuestionar la exigencia de Estados Unidos —con especial énfasis para México— de que se acabe con la producción y venta de drogas; prohibición que en el caso de nuestro país se da a costa de violencia y muerte.

La cuestión aquí, queda claro, sigue siendo que mientras exista una lógica de mercado —mientras haya demanda— y pese a toda prohibición, la droga y sus cárteles seguirán campando a sus anchas y su negocio prosperando, incluso en Estados Unidos.

Aunque por ahora se habla de una producción relativamente a pequeña escala y en sitios muy cercanos a la frontera con México, esto podría ser, ojalá que no, el comienzo de un escenario para EU ya no sólo de importación ilegal y consumo de drogas, sino ahora también de producción clandestina masiva, con todo lo que esto acarrea en términos de violencia.

Está claro, no queda más que replantear el prohibicionismo de estupefacientes a nivel mundial. La política punitiva a probado sobradamente ser un fracaso y lo antes expuesto viene a confirmarlo, pero ahora en suelo estadounidense.

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