La única sorpresa que Donald Trump dio ayer en su discurso de aceptación de la candidatura republicana a la presidencia de Estados Unidos fue que no dijo más barbaridades de las que ha pronunciado en discursos pasados. Más bien se trató del resumen de un proyecto cuyo eje es la xenofobia y el aislamiento de la potencia más grande del mundo.

“Mi plan comenzará con vecindarios seguros, fronteras fuertes y protección contra el terrorismo”, dijo el magnate, quien añadió en otra parte de su plan la expulsión de casi 180 mil inmigrantes ilegales con antecedentes criminales quienes “están en libertad para amenazar a nuestros ciudadanos”. Lo aterrador fue que la mención del muro fronterizo con México, quizá la más polémica de sus propuestas, fue la más vitoreada.

Fue la audiencia reunida en el foro republicano la que exigió en un coro en inglés: “¡Construye el muro! ¡Construye el muro!”... Nadie le ha dicho a esos pobres creyentes de un discurso sin fundamento que esa sería la peor inversión en infraestructura en la historia de Estados Unidos. En este momento son más los mexicanos que salen de ese país hacia México que los connacionales viajando hacia el vecino del norte.

Pero el verdadero riesgo para México no se encuentra en el disparate del muro. Finalmente las remesas no aumentarán ni decrecerán a partir de esa construcción. La fuente de ingreso mayor de millones de familias en este país es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, gracias al cual el petróleo y las remesas han dejado de ser los sostenes de la economía.

Dentro de la concepción del mundo según la cual la globalización ha deteriorado la “grandeza” de las viejas potencias, México se ubica como posible próxima víctima. Una elección en la cual salga victorioso Donald Trump le daría legitimidad al empresario para llevar a la obra su discurso aislacionista, el cual consiste no sólo en un cambio en la política migratoria, sino en una revisión a la alianza comercial con América del Norte.

Confían algunos especialistas en que eso no sea posible a partir de que un tratado de libre comercio tiene estrictas cláusulas en contra de una rescisión, además de que se requeriría de la aprobación del Congreso estadounidense. Sin embargo, del tamaño de la eventual victoria de Trump dependerá también el acompañamiento del resto de la clase política estadounidense en sus aventuras. Sería difícil para un legislador, incluso de un partido contrario, negarle una primera iniciativa de ley a un presidente muy votado.

El problema no es el personaje excéntrico, sino la base social que lo respalda. Un sector de la sociedad estadounidense lleno de temor y de odio. Aun si Trump fracasa ellos seguirán ahí.

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