Prácticas de abuso contra mujeres están proliferando cada vez más en el país; una de ellas se llama sharking y consiste en bajarle la ropa interior a mujeres que caminan por la calle; la otra es upskirt y en ella graban a la mujer por debajo de su falda o vestido en un sitio público. Obviamente en ninguno de los casos existe consentimiento de la víctima. ¿Cuál es el objetivo de la persona que graba? ¿Exhibir como trofeo un video que difundirán en sitios de internet? ¿Un una grabación obtenida a escondidas, de manera cobarde?

De acuerdo con una nota que publica hoy EL UNIVERSAL, el sharking se originó en Japón hace unos 10 años y se volvió muy popular. En México está comenzando a ser “importado”, y se encuentra ya material con víctimas mexicanas en sitios pornográficos de la red. A esa práctica se suman grabaciones de mujeres en baños públicos, vestidores de tiendas departamentales especializadas en ropa femenina, avenidas y transporte público.

Dos casos que han sido conocidos recientemente por la opinión pública —el de la periodista Andrea Noel y la estudiante Gabriela Nava— han servido para conocer de la magnitud del problema y para encender alertas ante ello.

Uno de los principales aspectos que han quedado expuestos es la falta de elementos de las autoridades para hacer frente al problema, lo que deviene en inacción e ineficacia. Las mujeres que acuden al Ministerio Público a interponer una denuncia por ese tipo de delitos son revictimizadas al sugerir que ellas pudieron haber ocasionado la agresión “por su forma de vestir”.

El sharking y el upskirt son ataques directos —por más que intenten disfrazarse de moda impulsada por las nuevas tecnologías— y como tales deben recibir un castigo por parte de la autoridad por violentar a la mujer.

Alentar la denuncia, capacitar a ministerios públicos y perseguir el delito con el fin de que los autores reciban una sanción, son factores necesarios para erradicar esas prácticas.

Otro punto clave debe ser la prevención. En la casa, en las escuelas y en campañas oficiales debe promoverse que hechos como los descritos no son un juego, sino un atropello.

Permitir que ese tipo de abusos crezca abre la puerta a que los agresores suban de tono sus ataques y los hechos pasen al terreno del abuso físico, y de ahí poco faltará para poner en riesgo la vida de la mujer. De ese tamaño es el problema. Más vale detenerlo ahora que lamentarlo después.

Ese es el reto.

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