Ante los ojos de la sociedad, niños y niñas son la representación máxima de la inocencia. ¿Esa certeza cambia cuando cometen un delito? Cuando dañan a otros, ¿es porque nacieron “malos” y por tanto se les debe castigar con la misma dureza que a los adultos?

Toda la información científica y social disponible muestra que los primeros años de la vida humana son los más importantes para moldear la conducta. Niños y niñas son tan moldeables que con facilidad pueden incurrir en actos indebidos; así como también es más sencillo corregirlos cuando se han equivocado.

Sin duda un menor de 10 años es capaz de crueldad y de violencia, lo cual no significa que deba establecerse el criterio de que todos los menores infractores son incorregibles.

De acuerdo con datos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), 4 mil 743 niños y adolescentes están detenidos en 56 centros tutelares por cometer delitos. Se trata de prisiones que operan con las mismas reglas que los reclusorios para adultos, lo cual transgrede un principio civilizatorio fundamental: los menores de edad carecen de los mismos elementos de juicio para distinguir la gravedad de sus actos y son más susceptibles a la rehabilitación.

Para las mujeres el trato es peor: sólo existen cuatro centros especializados para niñas y adolescentes, en tanto que 37 son mixtos, lo cual expone a las menores a violencia y acoso. Es ingenuo pensar que un adolescente de 16 años recluido por agresiones sexuales es inofensivo para una niña.

La reacción inmediata de coraje ante el delito hace a la gente despreciar la readaptación social. La condena al debido proceso y a los derechos humanos —con el argumento de que “protegen delincuentes”— aparta de un juicio racional a las mayorías.

Aun si la gravedad del delito fuera motivo para excluir a los culpables de rehabilitación, las cifras disponibles evidenciarían también lo absurdo de condenar a todos los menores a un sistema salvaje: de los 4 mil 734 infractores internados en correccionales en 2015, sólo 296 fueron procesados por ilícitos del fuero federal como secuestro. La gran mayoría están tras las rejas por delitos del fuero común como robo.

¿Condenamos a todos —lo mismo a secuestradores que a quien roba para comer— al rencor de un sistema diseñado para castigar en vez de rehabilitar? Bajo dicho esquema se pone en marcha un círculo vicioso de venganza sin fin entre sociedad e infractores.

Hay adolescentes homicidas y niños ladrones porque hubo una circunstancia que los llevó por ese camino. Renunciar a darles alternativas los condena a permanecer delincuentes.

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