Ocho de cada 10 mexicanos reconocen que en México existe discriminación contra las mujeres, dice la encuesta de EL UNIVERSAL publicada hoy. El dato preocupa por dos razones: tanto por el 20% que no admite lo evidente, como por el total de mexicanos que, pese a conocer esta realidad, no cambia sus patrones de comportamiento.

Pero otros datos que se revelan en la encuesta son aun más alarmantes. Entre las mujeres que dijeron tener un trabajo fuera de casa, 30% dice ganar menos dinero que los hombres. En tanto, 53% señala que las tareas del hogar son realizadas exclusivamente por las mujeres. Una de cada diez manifiesta que no se le permite estudiar, en tanto a 9% se le tiene prohibido trabajar.

Difícil de creer que en el Siglo XXI todavía haya hogares en este país donde a las mujeres se les prohíbe trabajar, donde las niñas y jóvenes no van a la escuela por ser mujeres.

Muchos discursos se emitieron ayer con motivo del Día Internacional de la Mujer. Se hicieron condenas, se presentaron cifras y en los peores de los casos se dieron felicitaciones y regalos, como si la fecha fuera una especie de Día del Amor y la Amistad reeditado. Lo que se extrañó fue un balance en el cual se anunciaran pasos a seguir para erradicar la discriminación que todavía permea en todos los sectores de la sociedad mexicana. ¿Acaso es imposible innovar en este tema luego de décadas de intentar combatirlo?

El poder político ha creado leyes para impedir la desigualdad laboral y en cierta medida ha funcionado. Póngase el ejemplo de las elecciones más recientes: ahora se obliga a partidos políticos a postular un mínimo de mujeres en las candidaturas a legisladores federales y locales, así como en ayuntamientos.

Aun así, para las mujeres que no forman parte de la clase política, no son tan visibles los resultados. En 32% de las empresas no hay una sola mujer desempeñando algún cargo de alta responsabilidad y cuando lo logran obtienen 53% menos salario que sus homólogos varones.

En los espacios de toma de decisión es donde se debe comenzar, pero con la misma fuerza habría que atacar el resto de las partes que conforman la discriminación. En los estereotipos creados en medios de comunicación; en los roles dentro del hogar; en la convivencia diaria en los espacios públicos. Particularmente tendría que existir un involucramiento de la sociedad civil para la vigilancia de la cotidianidad, pues ahí es donde están contenidos —a veces de forma imperceptible— los residuos más arraigados del menosprecio.

Empecemos por admitir que el 8 de marzo no ha cumplido su objetivo, que no es un día para celebrar, sino para actuar.

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