Más de un millón de migrantes entraron a Europa tan sólo en el transcurso de 2015. La mayoría de ellos provenientes de países como Siria, Marruecos, Argelia, entre otras zonas donde la religión predominante es el Islam. El flujo viene de décadas atrás y seguirá aun si la crisis humanitaria siria es resuelta, por lo cual el Pew Research Center calcula que en 2050 uno de cada diez habitantes del continente será musulmán.

¿Significa esto que los atentados terroristas en el continente aumentarán en los años por venir? No necesariamente, porque el fanatismo afecta sólo a algunos. De la misma forma, en Estados Unidos es frecuente hallar a mexicanos o afroamericanos como miembros de pandillas violentas y no por ello los pertenecientes a esas razas están determinados de manera natural a ser criminales.

Sin embargo, es inevitable preguntarse por el futuro de Europa cuando refugiados acogidos por las benévolas leyes migratorias conservan o abrazan el odio del extremismo. Incluso los nacidos en territorio europeo se involucran en actos terroristas después de haber crecido inmersos en un contexto de libertades y protecciones sociales.

Hasta anoche todavía no habían sido plenamente identificados los responsables de los atentados terroristas que dejaron varias decenas de personas muertas en Bruselas, cuando la ciudad apenas iniciaba actividades. Lo cierto es que el Estado Islámico ya se adjudicó la autoría del ataque, además de que apenas cuatro días antes había sido aprehendido el cerebro detrás de la masacre de París. Todo indica en dirección de un acto más de odio del extremismo.

La explicación más recurrida para explicar el fenómeno del jihadismo es que quienes se vuelven terroristas fueron antes marginados por las sociedades a las cuales atacan. No es tan simple. Si bien ese componente ha sido cierto en el pasado, no responde a la pregunta de por qué otras minorías excluidas —como los propios migrantes no musulmanes en Estados Unidos— no reaccionan con ataques masivos ante el agravio.

¿Qué le hace falta a Europa para terminar de integrar a su población de origen islámico? La falta de respuesta a esa pregunta tendrá una consecuencia inevitable: la radicalización del sector político que enarbole la bandera de bloquear o expulsar del continente a los diferentes.

Algunos en la Unión Europea siguen hablando de los valores de la comunidad y de derechos humanos, pero de nada servirá continuar con ese discurso si no pueden ofrecer a su población alternativas ante los continuos ataques del extremismo. Ni las armas ni las puertas abiertas han funcionado. ¿Qué sigue?

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