El camino de México hacia la consolidación de las candidaturas independientes ha sido difícil. Los partidos políticos no están dispuestos a entregar el poder sin poner trabas y, por eso, en la mayoría de los casos el requisito mínimo para lograr competir contra los políticos tradicionales es la presentación de decenas de miles de muestras de apoyo de ciudadanos. Sólo los poderosos tienen esa capacidad de convocatoria. A pesar de ello, para las próximas elecciones de junio 488 candidatos aspirarán a un cargo, sin el apoyo partidista.

Una de las grandes críticas durante la pasada campaña en Nuevo León, en contra del actual gobernador, por citar el ejemplo más famoso, es que en realidad se trataba de un político tradicional con trayectoria priísta que se “disfrazó” de independiente para ganar los comicios. Pero son los partidos los que han orillado a que ese sea el modelo de éxito de las candidaturas independientes. ¿Quién con un trabajo normal sería capaz de reunir las miles de firmas de apoyo? Únicamente aquellos con experiencia en el trabajo de acumular simpatizantes pueden tener tal arrastre.

Entonces ¿sólo un candidato sin experiencia partidista puede considerarse de verdad independiente? La pregunta tiene que ser respondida planteando otra interrogante, que a su vez tiene relación con las legislaciones antibronco creadas en los estados: ¿la gente es incapaz de distinguir cuando detrás de un personaje hay una agenda de un grupo económico o político?

Los partidos políticos gobernantes no son quienes deben hacer esa distinción, sino los propios ciudadanos. La razón por la que los neoleoneses votaron a favor de un ex priísta, entre muchos otros factores, es por el hartazgo que tenían con las organizaciones tradicionales. El pasado del candidato fue ampliamente difundido y publicitado, pero ello no impidió que el enojo con el statu quo permaneciera.

Quitarle al ciudadano la opción de elegir, forzando su decisión hacia los personajes previamente autorizados por el sistema electoral, desvirtúa el propósito de las candidaturas independientes más de lo que las daña el pasado partidista de los aspirantes. Con acciones de esta naturaleza los políticos integrantes de partidos únicamente consiguen exhibir su temor ante la posibilidad de cambio. El resultado previsible es el aumento de la inconformidad.

Un gobernante sin partido no es garantía de buen gobierno. Finalmente los políticos tradicionales alguna vez fueron integrantes comunes de la sociedad. Sin embargo, el solo hecho de tener la opción de lograr un puesto de elección fuera del sistema que domina las postulaciones, brinda a la democracia una oportunidad de sobrevivencia ante el descrédito que se le sigue acumulando. No quedan muchas válvulas de presión que liberen por vías institucionales el descontento popular; sería peligroso intentar tapar las salidas que aun quedan.

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