Durante los últimos diez años en México la mortalidad por cáncer de mama ha crecido 14%. Es la primera causa de muerte en mujeres en todo el país desde 2006.

La tendencia es más marcada en América y Europa. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud la incidencia está aumentando debido a la mayor esperanza de vida, el aumento de la urbanización y la adopción de hábitos sedentarios. Aun así, el hecho de que el problema sea generalizado no debería hacer al país caer en la resignación, pues la tasa de mujeres que mueren en México por esta causa sigue siendo mayor que en las naciones desarrolladas. Por lo tanto, mucho se podría hacer para salvar vidas.

En el marco del Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama no está de más recordar la urgencia de hacer más en términos de prevención, de capacitación para médicos encargados de diagnosticar el mal y de equipamiento en clínicas para la detección. Vale la mención a la luz de lo que EL UNIVERSAL publicó el año pasado en esta misma fecha: la existencia de supuestas unidades móviles para detección de casos de cáncer de mama que se ostentaban como oficiales sin serlo. Organizaciones no gubernamentales y especialistas denunciaban el uso de equipos no calibrados y sin protección ante la radiación.

Aunque el cáncer de mama está considerado como una enfermedad del mundo desarrollado, la mayoría de las defunciones por esa causa se registran en los países en desarrollo como México, lo cual refleja falta de cultura de prevención y dificultades de los sistemas de salud pública para atender con calidad a todas las mujeres que lo requieren. Las tasas de supervivencia del cáncer mamario superan el 80% en Canadá, Suecia y Japón.

En un país en el que una universidad, la UAM, desarrolló un nanosensor para diagnosticar células cancerosas en etapa temprana usando una muestra de saliva —según anunció Conacyt el 30 de junio pasado— cuesta trabajo entender que al mismo tiempo todavía haya miles de muertes a edad temprana por falta de diagnóstico o por uno inadecuado.

Hay responsabilidad en las propias mujeres, desde luego, que carecen de una cultura de autoexploración y de visita constante al médico para revisarse. Sin embargo, tampoco facilita esa labor lo difícil que es acceder a los servicios de salud públicos. Es comprensible que una mujer no desee perder cuatro horas de su vida esperando una consulta sin tener la certeza de necesitarla.

Durante el sexenio pasado se presumió una supuesta cobertura universal en Salud, dato desmentido después durante esta administración. Lo cierto es que un indicador de que se alcanzó esa meta será cuando todas las mujeres que puedan ser diagnosticadas a tiempo realmente tengan a la mano esa posibilidad.

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