En 1997 se firmó la Convención sobre las Armas Químicas, siendo el primer acuerdo multilateral de desarme en el mundo. La Convención contempla la eliminación absoluta de toda arma de destrucción masiva de esta categoría, ya sea prohibiendo y vigilando la producción, el almacenamiento, la transferencia y, por supuesto, el empleo de armas químicas en todo el planeta. Esto lo logra a través de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), la cual, por mandato de la Convención, fue creada durante el mismo año, a una semana de ser firmada la Convención. La Organización está integrada por todos los representantes de los Estados Miembros de la Convención, de los que México forma parte y se organiza a partir de tres grandes órganos encabezados por una Dirección General: la Conferencia de los Estados Partes, el Consejo Ejecutivo y la Secretaría Técnica. Desde el mismo año de su creación, esas tres áreas y el Director General, desde sus respectivas y particulares facultades, comenzaron una ardua labor alrededor del mundo para investigar y localizar los lugares en los que se fabricaba, almacenaba e utilizaban armas químicas con el único propósito de destruirlas.

Es verdad que no todas las naciones del mundo forman parte de la Convención, y esto de alguna manera implica que las obligaciones impuestas por dicho instrumento aún no tienen carácter universal. Sin embargo, es suficiente, cuando pensamos que la representan 192 países, entre los cuales México como representante permanente, y que el trabajo realizado desde 1997 ha logrado la destrucción de 95% de las armas químicas existentes en el mundo. ¡Este dato no lo debemos desechar! Pues es el resultado de las gestiones realizadas por la OPAQ a lo largo de sus 20 años de existencia y que han salvado la vida de miles de millones. Las posibles víctimas, o las personas que pudieron ser víctimas pero que nunca lo fueron no generan estadísticas; no arrojan números y son inciertas. No obstante, esa imposibilidad no debe reducir nuestras capacidades imaginativas, las cuales, bien podrían decirnos cuántas vidas no se estarán salvando con esta labor.

Pensemos, tan sólo, que al final del periodo de 2013, en el último reporte publicado por la OPAQ, todavía eran cinco los Estados partes que seguían contando con almacenes de armas químicas, los cuales comenzaron su destrucción, aunque aún ésta no termina: Estados Unidos, Rusia, Iraq, Libia y la República Árabe Siria; esto sin tomar en cuenta todas aquellas naciones que no forman parte de la Convención. Pero esta situación viene de tiempo atrás. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial se emplearon 124 mil toneladas de cloro, mostaza y otras sustancias tóxicas. Y eso ocurrió a pesar de que en 1899 ya se había firmado la Declaración de La Haya sobre gases asfixiantes.

Desde que la Convención entró en vigor, se han destruido 70 mil 494 toneladas métricas de armas químicas, las que fueron declaradas por los Estados miembros de la Convención como poseedores de las mismas. Por la cantidad podemos imaginar que antes de la existencia de la OPAQ el mundo estaba cargado de este tipo de armamento. Pero más allá de la destrucción de armas químicas en el mundo, está también la importante labor de convencimiento y consenso sobre la peligrosidad y la extrema crueldad que implica el uso de esta clase de mecanismos de destrucción masiva.

Afortunadamente lo que sí es universal es el rechazo a su uso. Las naciones las rechazan abiertamente y, de usarse, saben que serán sancionados y repudiados por el resto de los países.

Este convencimiento, junto con la destrucción física, son los dos componentes más relevantes de la Organización en vías la erradicación de esta clase de armas, la cual se sostiene sucederá en 2023.

Embajador en los Países Bajos y representante permanente ante la OPAQ

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