El día de mañana, 8 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Mujer. En este día, se ha convocado a una huelga de mujeres en por lo menos 30 países del mundo. El paro incluye no sólo a las mujeres que realizan trabajo remunerado formal e informal, sino a todas las mujeres para que, por un día, dejen de hacer las labores que cotidianamente realizan dentro y fuera del hogar. Un día sin mujeres que cuiden de los niños (propios o ajenos), sin que los recojan en las escuelas o los lleven al médico. Un día sin atender a las personas mayores, sin hacer las compras, preparar la comida y sin hacer las tareas del aseo. Sería imposible para muchas dejar de atender a quienes dependen directamente de ellas. Sin embargo el ejercicio sirve para visibilizar las labores de cuidado que las mujeres (desproporcionadamente) realizamos dentro y fuera del hogar pero que no suelen ser socialmente reconocidas o valoradas. Se trata, pues, de traer a luz las estructuras sociales que permiten el cuidado de otro, pero que a la vez facilitan su menosprecio.

Aprovecho el emplazamiento para visibilizar a un grupo de mujeres que pocos saben que existen, pero que realizan un importante trabajo de cuidado: las mujeres que visitan y mantienen a las personas encarceladas en nuestro país. En 2014, realizamos un estudio en los Centros de Readaptación Social de la Ciudad de México y el estado de Morelos para conocer a las personas que visitan los reclusorios. Queríamos saber quiénes son y cómo ha cambiado su vida a raíz de tener a un familiar en prisión.

El primer hallazgo fue que si bien quienes están en las cárceles son principalmente hombres (95% de los internos en el país son varones), quienes visitan las cárceles son mujeres (80% de las visitas que encuestamos eran mujeres). Son las madres, hijas, esposas, hermanas de las personas que están en prisión. Estas mujeres no sólo son quienes mantienen los lazos sociales con las personas encarceladas (indispensable para lograr una efectiva reinserción social), también son las que proveen los insumos que estas personas necesitan para vivir. Todo lo que el Estado omite proporcionar a los internos: agua, comida, medicinas, jabón, ropa, cobijas, zapatos, suele ser llevado a los reclusorios por mujeres. Además, es frecuente que deban pagar por ingresar esos bienes a los centros, como también para asegurar que sus hijos, esposos, hermanos no sean golpeados o que tengan una cama donde dormir. Estas mujeres deben buscar trabajos, a veces de dobles turnos, para obtener el ingreso necesario para pagar no solo los costos de la vida en prisión sino también los de sus hijos y otros dependientes de los que se han convertido en las responsables. Sin embargo, como se trata de mujeres con baja escolaridad y sin experiencia laboral, el principal trabajo que encuentran es el empleo doméstico. Es decir, cuidando a los hijos, o las casas, de otros.

Hace unas semanas, la Cámara de Diputados aprobó reformas al Código Penal para castigar con hasta 3 años de cárcel a quien cause un accidente mientras utiliza algún equipo de radiocomunicación (celulares). Esta medida se une a una larga lista de propuestas legislativas que en las últimas décadas se han formulado para resolver problemas sociales a través del derecho penal, sin tomar en cuenta las realidades de un sistema penal marcado por la desigualdad y los graves costos que su uso conlleva. Sin considerar tampoco que atrás de las ofensivas deficiencias de nuestro sistema se encuentran cientos de miles de mujeres que son marginadas, empobrecidas y violentadas por un sistema que no reconoce su existencia ni las labores de cuidado que realizan. En el Día Internacional de la Mujer habría que recordar que no atender esas deficiencias es permitir la violencia y desigualdad de género.

División de Estudios Jurídicos CIDE.
@cataperezcorrea

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