Winston Churchill alguna vez apuntó que la razón por la cual una nación conduce relaciones diplomáticas con otra no es para dispensar cumplidos sino para asegurar un beneficio. Más allá de la lección básica que conlleva esta máxima para quienes en México de manera simplista aún se empeñan en pensar que el objetivo de la política exterior mexicana es “llevarnos bien con todos en el mundo”, la cita viene a cuento como resultado del acuerdo histórico alcanzado en Viena el 14 de julio entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Alemania y la Unión Europea con Irán en materia de proliferación nuclear, y de la convicción del presidente Barack Obama de que la diplomacia podría dar la vuelta a décadas de confrontación y desactivar una amenaza en ciernes. Después de casi dos años de negociaciones, se ha llegado a una situación que conducirá —por lo menos en un horizonte de mediano plazo— al desmantelamiento de dos tercios de las centrifugadoras iraníes que se usan para enriquecer uranio (necesario para desarrollar un arma nuclear); al congelamiento durante una década de esas reservas de material físil; al compromiso de Teherán a no desarrollar o adquirir armas nucleares; y a la instrumentación de un sistema intrusivo de verificación e inspección internacional multilateral. A cambio de un proceso gradual de levantamiento de las sanciones económicas a Irán, el acuerdo distiende un conflicto que ha dado pie desde ciberataques hasta asesinatos, así como a la amenaza de una nueva confrontación armada en el Medio Oriente que podría succionar al resto de la comunidad internacional.

Es posible que de instrumentarse exitosamente el acuerdo, ni Estados Unidos ni Israel —ni otras naciones de la región— tendrán que confrontar en ese periodo la disyuntiva de tener que aceptar por un lado a un Irán con armas nucleares o, por el otro, tener que usar la fuerza militar para prevenirlo. En ello radica la gran importancia de lo logrado por la diplomacia de estos últimos meses. Y en días pasados, la Casa Blanca ya hizo llegar al Congreso estadounidense el texto de dicho acuerdo para su revisión. Como resultado de una compleja negociación entre la Casa Blanca y el Capitolio, éste tiene ahora 60 días para determinar si apoya o no lo negociado. Dado que el texto es un acuerdo —en realidad un plan de acción conjunto— y no un tratado, el Congreso no podrá votarlo, pero sí solicitar modificaciones o incluso emitir una moción de rechazo, que de darse, conlleva el veto ya anunciado de Obama.

Una oposición abrumadora en el Congreso al plan de acción dificultaría su puesta en marcha, sobretodo a la luz del impasse político que se abrirá en EU a partir de enero con la elección presidencial y los concomitantes cálculos diplomáticos que ello podría detonar en Teherán y otras capitales del Medio Oriente y Golfo Pérsico. Si bien hay legisladores demócratas que han manifestado preocupación y hasta rechazo a las conversaciones con Irán —incluso algunos jugaron un papel clave en obligar al Presidente a consultar con el Congreso una vez cerrada la negociación— es la bancada republicana la que se erige como el principal obstáculo para que Washington pueda ir adelante con la instrumentación de lo acordado con el gobierno iraní. En parte ello se debe a la preocupación y censura que genera el comportamiento de Teherán en el pasado y a que una vez desmanteladas las sanciones internacionales, sería casi imposible, en caso de incumplimiento iraní, volverlas a aplicar. Y hay que decirlo; Irán ha sido un actor regional poco fiable, burlando disposiciones internacionales en materia de proliferación, financiando a grupos fundamentalistas y articulando una retórica antioccidental y antisemita en muchas ocasiones incendiaria. Algunos otros republicanos están acicateados por el cabildeo y el rechazo por parte del gobierno conservador israelí a las negociaciones con Irán. Pero muchos otros se opondrán simplemente porque hacerlo es la continuación del partidismo por otros medios; es decir, la manera en que quienes se encuentran fuera del poder pueden acusar a quienes lo detentan de vulnerar la seguridad de la nación.

Ciertamente no podemos ser panglosianos. El plan de acción no es perfecto y el trecho a recorrer para su instrumentación cabal no será fácil. Pero lo perfecto es enemigo de lo bueno, y la ausencia de un acuerdo sería muy peligroso. Es un ‘todos ganan’. Es un logro de la administración Obama; es un logro para Irán y para su transparencia, apertura e inserción al mundo; abre en principio la esperanza de un compás de distensión en la región; y es una victoria de la diplomacia multilateral.

Embajador de México.

@Arturo_Sarukhan

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