Hace un par de años, mi hija, entonces de seis años y aprendiendo a leer, tomó prestado un libro de la biblioteca local sobre los presidentes de Estados Unidos. No sé que tanto lo pudo leer, pero al revisar las imágenes de los presidentes, lo primero que observó es que no había, como lo dijo ella, “niñas presidentas”. “¿Porqué son todos niños”, nos preguntó a mi esposa y a mi, “¿y dónde están las niñas?”.

No ha sido tan fácil explicarle la ausencia de mujeres en la historia presidencial, pero hemos podido, por lo menos, empezar a mostrarle que ésto está cambiando. Se ha vuelto una seguidora de todo lo que hace Hillary Clinton, esperanzada de que uno de sus dos países por fin podrá tener una mandataria mujer, y le dio gusto conocer hace un par de años a Josefina Vázquez Mota, quien fue la primera candidata mujer de peso en la historia mexicana. Le hemos ido mostrando fotos de la presidenta chilena Michelle Bachelet, la canciller alemana Angela Merkel, la primera ministra inglesa Theresa May, la (ahora ex) presidenta brasileña Dilma Rousseff, la primera ministra noruega Erna Solberg, la presidenta de Liberia Ellen Johnson Sirleaf y la presidenta de Mauritius Ameenah Gurib, entre otras, tratando de convencerle que el número de mujeres en el poder sigue incrementándose, pero ella no deja de estar preocupada, y con justa razón, del déficit del género femenino en el liderazgo mundial, y lo menciona a cada rato.

No sabemos si Hillary Clinton ganará la presidencia de EU —de hacerlo, habría mujeres a cargo de tres de las cinco economías más grandes del mundo al mismo tiempo (EU, Alemania y Reino Unido)— pero algo fascinante pasó esta semana en cuanto a nuestra imagen presidencial en Estados Unidos. En el primer debate entre los dos candidatos principales, Hillary Clinton y Donald Trump, se nos botó nuestro viejo esquema de lo que significa parecer presidencial.

Siempre nuestro imaginario de lo presidencial ha tenido un rostro masculino, como descubrió mi hija en aquel libro, pero en su primera aparición juntos, lado a lado, Clinton fácilmente le ganó a Trump en proyectar una imagen presidencial. Los seguidores de Trump argumentarían que él mostró más frescura y que puede transformar el país por ser un insurgente un poco rudo, pero nadie perdió el hecho de que Hillary Clinton es quien dio la imagen de un jefe de Estado, segura, con voz de autoridad y con un dominio de los temas del día. Hizo lo que en su momento Merkel, Rousseff, Bachelet, Johnson Sirleaf y Margaret Thatcher (la primera de ahora dos primeras ministras británicas) hicieron para la imagen de un líder de gobierno en sus países, permitiendo otra forma de visualizar lo que es ser un líder nacional.

Unos días antes nos había tocado recibir a Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile, en una conferencia en el Centro Wilson sobre la participación política de las mujeres, y ella habló justamente de la dificultad de romper la imagen que tenemos sobre mujeres en el poder, y de la necesidad de volver a concebir nuestro imaginario de lo que es un jefe de Estado —o cualquier líder de peso en la vida pública— de una forma que incluya a ambos géneros. No es, quizás, la única razón el hecho de que aún haya tan pocas mujeres en el poder, pero es, sin duda, una de las principales barreras y de las más difíciles de derribar. Por eso el debate entre Trump y Clinton fue tan importante. No sabemos quién ganará la elección, si bien Clinton parece tener de nuevo la ventaja, pero cada vez más los estadounidenses pueden visualizar que su presidente número 45, después de 44 hombres, puede ser una mujer.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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