Para acabarla de amolar, en estos días cargados de malas noticias —gasolinazo, brutalidad criminal que no cesa, crecimiento mediocre de la economía— periodistas que disponen de buenas fuentes, anticipan que Luis Videgaray, el alter ego del presidente Enrique Peña (¿o es a la inversa?) regresará al gabinete. El paso previo ha sido el “calentamiento”, preparar su regreso a través de una reinterpretación de los hechos que llevaron a su salida: la invitación a Donald J. Trump a visitar México en plena campaña.

La insensatez de traer a Trump, un megalómano, ignorante y misógino, cuyo discurso se caracterizó por sus constantes agravios a México y a los mexicanos, habría sido, según esta lectura, de una gran temeridad, pero brillante, dado el resultado electoral.

De confirmarse los rumores, el hombre que operó la visita de Trump y a quien tras su renuncia el entonces candidato dirigió elogiosas palabras: “México ha perdido a un ministro de finanzas brillante que sé es muy respetado por el presidente Peña Nieto”, sería el tercer canciller en apenas cuatro años: José Antonio Meade, Claudia Ruiz Massieu y ahora, Videgaray.

El gobierno mexicano dando “palos de ciego”, con una política exterior improvisada y caprichosa, ante un escenario exterior convulso y de alto riesgo. Decisiones imprudentes, como la invitación al candidato Trump —¿por qué no consultaron con los diplomáticos más experimentados?—, parece haberse dejado al azar, como un volado: ¿águila o sol? Si salía bien, magnífico, si no, pues a jodernos: pedirle perdón al presidente Obama y a Hillary Clinton, aunque después resulte que no habría sido necesario. Olga Pellicer calificó la invitación a Trump, como “un acto de irresponsabilidad y desmesura que indigna a muchos mexicanos y acentúa el sentimiento de un país amenazado por la incapacidad de sus dirigentes”.

Aún en los peores años del autoritarismo, los presidentes cuidaron la política exterior, casi el único reducto de dignidad. La diplomacia apegada a principios, defendía y prestigiaba a México. Pero, al parecer, el presidente Peña ignora que en la Secretaría de Relaciones Exteriores nuestro país tiene a algunos de los mejores cuadros de la diplomacia mexicana: profesionales, eficientes, con amor a México, y haciéndolos a un lado, los reemplaza por los cercanos, aunque tengan que llegar a aprender y en el trayecto lastimen lo construido y acentúen la vulnerabilidad del país.

Videgaray, el todopoderoso secretario de Hacienda que adquirió su fastuosa residencia de descanso en Malinalco, a uno de los consentidos del régimen, Juan Armando Hinojosa, del grupo Higa; el funcionario que falló en todos sus pronósticos de crecimiento económico; el que llevó la deuda pública a niveles de alto riesgo y ha mostrado que no sabe gastar con eficacia; el que ha logrado que las principales calificadoras internacionales prendan focos de alarma sobre la economía mexicana, parece ubicarse en la antesala de la Cancillería.

El “enamoramiento” de Peña con Videgaray recuerda el que experimentaba Miguel de la Madrid con Carlos Salinas de Gortari: deslumbrado por su personalidad asertiva, su doctorado en una universidad prestigiada, su astucia política, su cuidada locución, su manejo del inglés…

De confirmarse el regreso de Videgaray al gabinete por la puerta grande, será una mala noticia no solo para la política exterior, también para sus colegas: su protagonismo y su soberbia volverán a meterle ruido al gabinete.

También resultará inevitable vincular su regreso con la decisión mayor de Peña Nieto en lo que resta de su administración: la elección del candidato de su partido a la Presidencia. De la cancillería, Videgaray —candidato in pectore de Peña—, podría saltar a la candidatura presidencial del PRI. Pero semejante decisión, acentuaría las pugnas y las tensiones en el equipo y generaría inusuales resistencias en el partido, incluso podría desgarrarlo como en 1987 cuando la “Corriente Democrática”, se desmarcó del PRI y estuvo a punto de arrebatarle la Presidencia. La clase política priísta presiente que en 2018 el enojo social podría traducirse en un “voto de castigo” y un candidato como Videgaray, artífice del desastre, los llevaría con más seguridad a la derrota.

Dice Enrique Acevedo que el nombramiento de Videgaray como canciller, sería la primera designación de Trump en el gabinete mexicano. Falta poco para que se disipe la duda.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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