Quizás nunca ocurrió, pero la anécdota se convirtió en historia. La reina María Antonieta, caprichosa e inmadura, quería saber la razón de la convulsión popular. “Es que no tienen pan”, le habría dicho alguno de sus lacayos. “Pues que coman pasteles”, replicó. Aunque seguramente falsa, la historia nos remite a una nobleza que en la víspera de la revolución, vivía en un mundo aparte, ajena al desamparo que sufría la inmensa mayoría del pueblo.

En nuestro país hay un sector social que experimenta un apartamiento crónico de la realidad y que no entiende el porqué del mal humor y de los comentarios amargosos de tantos mexicanos, si éste sigue siendo un país maravilloso, porque así es el país que ellos habitan. Si Acapulco está descompuesto por la violencia, les quedan Nuevo Vallarta, Playa del Carmen o algunas playas casi vírgenes sólo a su alcance... Viven en residencias fastuosas que se cotizan en millones de dólares… Tienen casas de fin de semana en Malinalco o Valle de Bravo...

Hay regiones completas en Guerrero, Morelos, Tamaulipas, Chihuahua... dominadas por la delincuencia; miles de negocios y profesionales (médicos, por ejemplo) sufren extorsiones o son asesinados; pero, aunque no lo parezca, como diría el clásico: vamos ganando la guerra.

Pareciera que esos criticones no se han enterado de que ya fueron aprobadas las “reformas estructurales” que sacarán a México del pasmo; no han escuchado o leído las cifras que muestra el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, de que en materia de seguridad estamos mejor que antes; no saben que el país se colocó en el noveno lugar entre los receptores de turistas globales y que las remesas que nuestros paisanos envían desde Estados Unidos han alcanzado un nuevo récord histórico; que la luz y el celular son mucho más baratos gracias a la reforma energética (aunque las gasolinas sigan al alza) y que la banca privada ha otorgado más créditos que nunca a los esforzados emprendedores; o que, como presumió el presidente Peña Nieto el 1° de mayo, los salarios se hayan recuperado en un glorioso 5%…

En México existe una enorme distancia entre el lujo, el dispendio, los excesos de la élite —económica, social, política— y las penurias que experimenta la gente común, ésa que invierte tres o cuatro horas al día para desplazarse de su casa al trabajo y de regreso en un transporte público viejo y contaminante, para ganar un salario exiguo, muchas veces sin prestación alguna (la informalidad no cotiza) o soportando los pésimos humores de la burocracia que regentea los empobrecidos sistemas de salud y seguridad social.

“Dejen de hablar mal del país”, nos dicen los responsables de algo que llaman la “Marca México”. “Es un problema de percepción”, repiten. Estos magos de la comunicación no entienden que lo que hay que cambiar es la realidad.

El desprestigio de los sistemas de procuración y administración de justicia se explica por los niveles escandalosos de impunidad. Muchas bandas de secuestradores están integradas por policías en activo o en retiro… Agentes del Ministerio Público arman a propósito averiguaciones defectuosas para favorecer la libertad de los inculpados… Sin esconderse de la mirada pública, jueces y magistrados emiten sentencias aberrantes que dejan en libertad a secuestradores y asesinos confesos.

¿Cómo puede haber buen ánimo social cuando, con una enorme insensibilidad o cinismo, los legisladores dejan para un futuro indefinido lo que les exige un conglomerado de organizaciones ciudadanas, académicas y empresariales: un sistema anticorrupción que incluye una Ley de Responsabilidades Administrativas (Ley 3de3)?

Lo cierto es que en este país un cargo público otorga, en automático, una licencia para robar. El enriquecimiento del funcionariado, lo mismo alcaldes, que gobernadores y miembros del gabinete presidencial, pero también inspectores de aduanas o migración, agentes de tránsito, inspectores de vía pública y otros funcionarios menores. Los escándalos no cesan; cada día se exhiben nuevos casos de tranzas que incluyen la sobrefacturación en obra pública (especialidad de OHL) y contratos de adquisiciones, mientras la Secretaría de la Función Pública resulta una “tapadera”.

Y, para colmo, los principales medios internacionales (The New York Times, The Economist, Los Angeles Times, The Guardian) también se han contaminado del mal humor que reina entre nosotros.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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