Hablar del Auditorio Justo Sierra —rebautizado como Ché Guevara en 1996— tiene una significación especial para mí por varios motivos. El principal, porque en mis años de estudiante viví muchos momentos especialísimos en ese auditorio. Recuerdo, por ejemplo, una asamblea en pleno movimiento estudiantil de 1968, conducida por el escritor José Revueltas, que se interrumpió ante el anuncio de que los soldados estaban ingresando a Ciudad Universitaria; también en ese auditorio escuché por única vez a Pablo Neruda, con su voz monótona y fatigada, leer sus poemas (a diferencia de Mario Benedetti, el chileno era un pésimo lector de sus notables poemas); y también allí acompañé a mi entrañable amiga, Margarita Bauche, mientras interpretaba canciones de protesta que eran casi un himno para nosotros.

En esos años, Organización 68, el grupo estudiantil que yo dirigía, desplegó una actividad inusual en el campus universitario, y muchos de los actos que promovíamos —mesas redondas, recitales poético-musicales, sesiones de cine club…— se realizaban en ese auditorio; allí mismo se proyectaban las Muestras Internacionales de Cine y era la sede de la Orquesta Filarmónica de la UNAM que conducía Eduardo Mata.

Luego del movimiento del 68, el Auditorio Justo Sierra albergó asambleas estudiantiles de los movimientos que surgieron en los años siguientes. Pero en 2000 ese espacio tan entrañable fue secuestrado por una pandilla que pretendió justificar su acción con causas sociales. Así, fue convirtiéndose en una guarida de malandrines ajenos al espíritu universitario. Anarquistas y narcomenudistas, como José Luis Ramírez Alcántara, El Chómpiras, y Jorge Mario González, ambos expulsados de la UNAM en 2013, y Jorge Emilio Esquivel Muñoz, El Yorch, quien ni siquiera es estudiante, controlan ese espacio y “rentan” el exterior del auditorio a comerciantes en cuyos puestos expenden comida en condiciones insalubres, así como artesanías y artículos piratas. El Yorch fue detenido el 24 de febrero en posesión de un bonche de pastillas de psicotrópicos y cocaína; no obstante, fue liberado mediante fianza luego de que la juez federal Rosa María Cervantes Mejía reclasificara la modalidad del delito “grave” (narcomenudeo) por uno “no grave” (posesión simple).

Las voces de estudiantes y profesores que demandan que ese espacio vital sea devuelto a la comunidad universitaria no han tenido respuesta ni de las autoridades universitarias ni de las de la Ciudad o las federales, que temen una reacción violenta que incendie a la Universidad.

El propio rector Enrique Graue, el ex rector José Sarukhán, legisladores y muchos más demandan a las autoridades rescatar ese auditorio con las leyes en la mano y bajo la observación de organismos de derechos humanos. El hartazgo parece haber alcanzado sus límites: mañana viernes una concentración de estudiantes y profesores exigirá terminar con esa ocupación ilegal.

Fernando Solana Morales. En estos días de falsos héroes, sobresale la figura de Fernando Solana, un hombre que ocupó responsabilidades mayores tanto en la UNAM como en el gobierno federal y siempre lo hizo con eficacia, honestidad y patriotismo.

Tuve el privilegio de conocerlo por intermediación de Carlos Reta, actual presidente del INAP, quien me dijo que el canciller me invitaba a platicar a su casa. Me recibió con gran cordialidad; me contó que era un enamorado del análisis político; de hecho, había producido en los años sesenta un documento de análisis para el que contó con la colaboración de Miguel Ángel Granados Chapa, iniciativa que interrumpió cuando el ingeniero Javier Barros Sierra lo invitó a colaborar con él en la Universidad Nacional. A partir de esa experiencia podía calibrar el trabajo que realizamos en GCI, especialmente la Carta de Política Mexicana (que ahora cumple 25 años), y definirlo como “el mejor análisis político” que se hacía en México; elogio poco frecuente en un medio donde imperan la mezquindad, el ninguneo o el silencio.

Cuando pienso en Fernando Solana surgen imágenes como estas: el joven secretario general de la UNAM marchando al lado de Barros Sierra, al frente de una columna de profesores y estudiantes que marchábamos en defensa de una universidad lastimada por el gobierno autoritario de Gustavo Díaz Ordaz… El formador de cuadros valiosos para el Estado mexicano, siempre cercano a los jóvenes… El director general de Banamex quien, tras la expropiación bancaria, llega a su nueva oficina sólo acompañado de su secretaria, pues reconocía el profesionalismo de sus funcionarios y no entendía el poder como el asalto de las mejores posiciones para los suyos… El canciller que, sin aspavientos, defendió el interés de México. Descansa en paz ese mexicano de excepción.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario

@alfonsozarate

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