Existe una historia —al parecer, un viejo cuento ruso— que relata una de las muchas maneras de enfrentar momentos difíciles en el ejercicio de gobierno. Aunque los detalles varían según tiempo y circunstancia, la intención “pedagógica” y su moraleja mantienen plena vigencia.

Al tomar posesión del cargo, el nuevo gobernante encuentra en el cajón principal del escritorio tres sobres con un mensaje: “Abrir en caso de crisis”. Después de unos meses de gestión, enfrenta las turbulencias propias del arranque. Algo no funciona. Busca el primer sobre que contiene una breve instrucción: “Échame la culpa a mí”. Así lo hace: proclama a los cuatro vientos que su antecesor le “heredó” un desastre político-administrativo o un “cochinero” que reclama paciencia. La sociedad lo arropa y libra la coyuntura adversa.

Meses más tarde se presenta una nueva crisis. Abre el segundo sobre que dice: “Reorganiza tu gabinete”. De nuevo, el consejo da frutos. La renovación de su equipo le permite matar dos pájaros de un tiro: por un lado, despedir a quienes, según la percepción pública, no han rendido lo suficiente; por el otro, soltar lastre y desplazar a los “emisarios del pasado”.

Cuando se agota el impacto de la “renovación” y un nuevo momento crítico parece no tener salida, el último sobre lo sacaría de apuros: “Escribe tres cartas y prepara el adiós”.

Miguel Ángel Mancera parece haber cumplido los dos primeros pasos del relato. Frente a los imponderables del no poder, trasladó las responsabilidades a su predecesor. Marcelo Ebrard, quien fuera designado “el mejor alcalde del mundo”, está hoy defenestrado y tanto él como sus próximos están sujetos a investigaciones locales y federales. La Línea 12 es la punta del iceberg.

Maniobra efectiva, pero no suficiente. Las elecciones del 7 de junio constituyeron un descalabro mayúsculo para el PRD, el partido que postuló a Mancera: perdió la mayoría en la Asamblea Legislativa y cinco jefaturas delegacionales. Malas noticias para el jefe de Gobierno, pues no le será fácil operar teniendo la ALDF en manos de Morena, que hará un escrutinio riguroso de su gestión y buscará pavimentar el camino de la alternancia en el gobierno de la ciudad, así como dinamitar las pretensiones de un Mancera “independiente” rumbo a la sucesión de 2018.

La perspectiva imponía un golpe de timón. El equipo de gobierno de Mancera es la expresión de los distintos grupos que, desde hace décadas, controlan territorios y negocios en la capital de la República. Por eso, al iniciar el segundo trienio, necesitaba un gabinete realmente suyo. Queda por ver si el “manotazo” surte el efecto deseado; si, como se espera, se irán quienes deben irse y quienes los reemplacen tienen con qué.

Siendo razonable, la decisión de pedir la renuncia a todos sus colaboradores genera un impasse poco saludable para su administración: mientras no se concrete el ajuste, los integrantes del gabinete estarán pasmados o en obligado periodo de reflexión; también podría ocurrir que los funcionarios en capilla hicieran cabriolas para demostrar que valen lo que cuestan o aprovechar el momento para ganar espacios de poder; en el peor de los escenarios, la prolongada espera ofrecería la oportunidad de “cuadrar cuentas” o destruir evidencias de manejos opacos.

Sin embargo, el mayor riesgo que enfrenta el jefe de Gobierno por su enérgica decisión está en otro lado: la posibilidad, nunca descartable, de hacer el ridículo con cambios cosméticos y enroques simulados. Nada más costoso, en términos políticos y de imagen pública, que salir con un parto de los montes.

Naturalmente, el consejo del tercer sobre debe adecuarse a las condiciones democráticas. Porque, a diferencia del relato ruso que supone un despido inminente, en este caso tendríamos que hablar de la clausura de horizontes y el fin de toda aspiración política.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses