Y mientras el avión presidencial se encontraba en el aeropuerto de Gander, Canadá, escala necesaria en su viaje a Francia, en el sistema de comunicación de la nave se recibió un mensaje perturbador: “Joaquín Guzmán Loera se fugó del penal del Altiplano”.

El Chapo lo volvió a hacer y su escape exhibe la incompetencia de los responsables de los servicios de inteligencia del Estado, la corrupción del personal de un penal “de alta seguridad” y las capacidades del capo para organizar y realizar exitosamente una operación de tanta complejidad técnica: la compra o intimidación del personal del reclusorio y la construcción de un túnel de un kilómetro y medio que llegó, con precisión, hasta la misma regadera de su celda. Durante meses se cavó y se extrajeron toneladas de tierra, pero nadie vio ni oyó nada.

El gobierno norteamericano quería a Guzmán Loera, pero antes de que la administración Peña le concediera la extradición, se esfumó. Unos veinte años antes, Ernesto Zedillo entregó a los americanos a Juan García Ábrego, capo del Cártel del Golfo. “El gobierno zedillista —decía la Carta de Política Mexicana en su edición del 18 de abril de 1997— no estuvo dispuesto a ejercer sus propias leyes, su soberanía. Con la deportación, admitía que ni su aparato judicial ni el sistema penitenciario eran lo suficientemente confiables.”

Poco después del internamiento de Guzmán, se empezó a levantar una construcción, que sirvió de pantalla, en las inmediaciones de la cárcel federal. ¿Quién la autorizó?, ¿cómo consiguieron los planos del penal para no topar con tuberías, drenajes o cables eléctricos?, ¿cuántos custodios y funcionarios fueron comprados o intimidados?

La fuga de El Chapo —domador, él sí, de la condición humana— no sólo genera la mofa en el exterior ante la notoria ineptitud del gobierno; también es asunto de chunga en nuestro país. El hecho no indigna a la sociedad mexicana, como dijo a su llegada a París el presidente Peña; lo que prevalece en las redes sociales y en la prensa es la burla y el sarcasmo. El humor negro (El Chapo para presidente o, al menos, para reemplazar a Gerardo Ruiz Esparza) es una forma de venganza contra un gobierno que exuda frivolidad, ineptitud y corrupción.

El reo que había sido exhibido como trofeo de esta administración, hoy está libre. Miguel Ángel Osorio Chong no cumplió con una orden expresa del Presidente, por eso no puede seguir en el cargo y su salida moverá lo que realmente importa a estas alturas de un insólito fin de sexenio: los escenarios de la sucesión presidencial.

La huida favorecerá mayores presiones del gobierno norteamericano. Ya lograron que se modificara la ley para permitir a sus agentes portar armas dentro del territorio mexicano, ahora exigirán que se les entregue, de manera expedita, a quienes demanden.

La fuga aguó la fiesta en París, segundo destino europeo después de la fastuosa gira a Londres. Caras largas y consternación en la que habría sido festiva comitiva mexicana.

¿A quién le sorprende la fuga de Guzmán Loera cuando el año pasado se “ordeñó” impunemente combustible de Pemex con un valor que asciende a unos 17 mil millones de pesos; cuando todos los días el transporte de mercancías es botín de la delincuencia en las carreteras federales; cuando los jueces exoneran a criminales convictos?

La adquisición, exhibida en estos días, de sofisticados sistemas de inteligencia y de intervención telefónica sirve para espiar a los adversarios o, incluso, a los aliados, pero no para decodificar los mensajes entre el capo y sus secuaces.

La fuga de El Chapo Guzmán es el epitafio de un país de evasiones donde la evasión mayor es protagonizada por el grupo gobernante, en graciosa huida de la realidad.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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