La semana pasada, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluyó en sus listas de control contra el lavado de dinero a una nueva organización criminal mexicana. Ese grupo, dirigido por tres hermanos (Job, Ismael, y Rubén Laredo), originarios de Cuernavaca, Morelos, es presuntamente responsable de producir y traficar hacia el país vecino grandes cantidades de heroína desde 2008, por lo menos. En 2013, uno de los hermanos (Ismael) fue detenido (y tal vez liberado después) por la Policía Federal en el norte de Veracruz, al transportar ocho kilogramos de heroína. Desde hace un año, la justicia estadounidense les abrió un proceso en una corte federal en la ciudad de Filadelfia.

A pesar de todo lo anterior, nadie en México parecía saber de la existencia de estos personajes y de su organización criminal antes de la semana pasada. En el estado de Morelos, las autoridades negaron incluso que se tratase de un grupo delincuencial autónomo y lo describieron como una célula de la Familia Michoacana. En el estado de Guerrero, el gobernador Héctor Astudillo dijo no tener indicios sobre la existencia de la banda. Y, hasta ahora, nadie del gobierno federal ha reaccionado a la noticia.

¿Qué nos dice el anonimato de este grupo delictivo? Más de lo que parece a primera vista.

En primer lugar, parece sugerir que el tráfico de la heroína está altamente pulverizado. En la acusación contra los hermanos Laredo presentada en una corte federal estadounidense, se señala que participaron en el contrabando y distribución de una tonelada de heroína durante un periodo de seis años (2008-2014). Eso equivale a 167 kilos por año o 13.9 kilos por mes, en promedio. Esa cantidad cabe en una maleta mediana. Sin duda, los fiscales estadounidenses podrían estar subestimando la cantidad de heroína traficada por la banda de los Laredo, pero incluso si la cantidad fuera diez veces mayor, se trataría de un volumen modesto. (Nota: no se sabe a ciencia cierta la cantidad de heroína que se trafica de México a Estados Unidos, pero es probablemente más de 10 y menos de 25 toneladas métricas). Eso probablemente explica por qué fueron capaces de volar bajo el radar de las autoridades y de otras bandas durante tanto tiempo. Y si los Laredo pudieron hacerlo, es probable que muchos otros grupos similares lo hayan hecho o lo sigan haciendo.

En segundo término, el tamaño reducido y la forma de operación de la banda parecen indicar que el tráfico ilegal de heroína no es un negocio verticalmente integrado. Según la acusación en el tribunal de Filadelfia, los hermanos Laredo compraban goma de opio a un distribuidor independiente (Antonio Marcelo Barragán, alias El Ratón). Con esa goma, los Laredo producían heroína, la contrabandeaban en Estados Unidos, y la entregaban a distribuidores mayoristas en varias ciudades de dicho país. En otras palabras, ellos no estaban involucrados en la producción de materia prima, ni, más importante aún, en la distribución mayorista más allá de la fase de importación. Ese hecho contradice a la idea generalizada de que los cárteles mexicanos administran el negocio de las drogas de cabo a rabo.

En resumen, los hermanos Laredo ofrecen un vislumbre del oscuro mundo del tráfico de heroína. Y lo que se alcanza a percibir es más complejo de lo que muchos imaginan. En este negocio pueden operar docenas de bandas, muchas de ellas de tamaño reducido, con poca o ninguna conexión con los grandes grupos de la delincuencia organizada. Por otra parte, parece ser un negocio de varias capas, con muchos agentes libres, muchos actores independientes, y ningún control centralizado. Al hablar del ahora, es tal vez necesario cambiar radicalmente el lenguaje y los conceptos que usamos habitualmente para describir el tráfico de drogas. No, al parecer, esto no es un espacio de jerarquías prusianas, sino más bien un ecosistema complejo, donde coexisten muchas variadas formas de vida criminal.

Entenderlo es el primer paso para empezar a enfrentarlo.

Analista de seguridad

@ahope71

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