Un partido opositor tiene que oponerse pero también tiene que proponer. Por cada ‘no’ debe haber un ‘sí’: hay que dar las razones por las que no se está de acuerdo con algo y ofrecerle a la sociedad un proyecto alternativo. Ahora bien, la oposición ha de tener su agenda, los temas que considera prioritarios. Y si se trata de un partido progresista mexicano, esa agenda ha de incluir los derechos humanos, la equidad de género, el derecho a la diferencia, el medio ambiente, las drogas como un problema de salud y un largo etcétera pero, ante todo, ha de priorizar una estrategia para luchar contra la corrupción y la desigualdad. En México no hay nada más revolucionario que la honestidad ni nada más ético que la redistribución de la riqueza. Si bien lo que yo llamo la cuarta socialdemocracia debe mirar al futuro —debe ser entre otras cosas la campeona de las mipymes—, en un país tan corrompido y desigual como el nuestro su primer rasgo identitario debe ser trazado por un retorno a los orígenes.

Esta es, al menos, mi convicción. Concibo al PRD como un partido de oposición inequívoca al régimen priísta porque ha producido dos millones de pobres y otras tantas corruptelas, porque está empeñado en restaurar el autoritarismo y porque es muy impopular. En el México actual, axiología y demoscopia —valores y encuestas— apuntan en la misma dirección opositora. Eso no significa que el perredismo deba negarse a hablar con el gobierno o con el PRI, por supuesto; la política es diálogo y negociación. Pero no se deben negociar cosas que no convengan al país o al partido. Y aunque pueda haber margen para acuerdos coyunturales y menores con el poder, hoy por hoy no lo hay para un nuevo pactismo. Si los perredistas no reflejamos en nuestras propuestas el sentir de la mayoría de los mexicanos agraviada por sus gobernantes, no podremos aspirar a representarla.

Nuestro reto es elaborar propuestas concretas y viables para combatir esos dos tumores cancerosos. Se han presentado iniciativas en el pasado y se van a presentar otras pronto, como la de crear leyes orgánicas constitucionales como preámbulo a una nueva Constitución y a la conexión entre norma y realidad en nuestro orden jurídico, y como las que aterricen el Sistema Nacional Anticorrupción de la mano de la Red por la Rendición de Cuentas (para evitar que, una vez más, los avances de una reforma constitucional se reviertan en su legislación secundaria). Y en cuanto al modelo económico neoliberal, se necesita más espacio del que tengo aquí para reiterar nuestra postura, pero ya habrá oportunidad. El PRD no sólo va a decir qué no, también va a proponer qué sí.

PD: Lo que sea de cada quien… El autor del símil de Maximiliano es Pablo Hiriart. Fue él quien lo planteó por primera vez y, hay que decirlo, no se le ha dado crédito en ninguno de los refritos subsecuentes, ni en los que se limitan a repetirlo ni en los que desarrollan la narrativa Miramar. Ojo: pudieron haber recurrido a la analogía futbolera o a la empresarial como otros, pero no habrían logrado el mismo efecto. Y es que equipararme a don Max evoca extranjería, desastre e incluso racismo invertido. Mala leche y buena metáfora, pues. Y ya entrado en gastos, he de confesar que hubo un meme que me gustó: me pusieron mucho más pelo del que tengo, y alguien que va que vuela a la calvicie no puede sino agradecerlo (aunque no suelo hacerlo en estos casos, acabé por reír). Ahora bien, las mismas razones que hacen efectista esta comparación la hacen más descabellada que aquello que critica. La desmesura de la dimensión internacional y monárquica del ejemplo de Maximiliano de “Hamburgo” (así lo tuiteó un culto divulgador de la extravaganza) es evidente. Pero no hay que ser puntillosos: ¿para qué buscar rigor cuando se puede madrear más con la tergiversación? Eso sí, hay algo que de plano no alcanzo a entender. ¿Por qué los malquerientes del PRD se muestran tan indignados ante una candidatura que, dicen, va a llevar al partido a la debacle?

Diputado federal del PRD

@abasave

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