La democracia está en crisis. Las protestas sociales que se dan desde hace varios años en casi todos los países democráticos contra las partidocracias y las élites empresariales —contra el establishment, pues— lo demuestran. Los mecanismos de representatividad de la democracia se están atrofiando. Y si la situación es crítica en Europa y Estados Unidos, más lo es en México. Aquí no tenemos los instrumentos funcionales de participación democrática de allá. Y no los tenemos porque nuestra transición está trunca, y porque el retorno al poder del priísmo y su proyecto restaurador hacen más difícil reactivarla. Es decir, hasta en la crisis de la democracia estamos rezagados.

En tales circunstancias, ¿qué conviene hacer en las próximas elecciones? La mayoría de nuestro electorado es apartidista y la mayoría de esa mayoría es hoy antipartidista. Los partidos políticos mexicanos, todos, se lo ganaron a pulso. Se ensimismaron, alienaron buena parte de su base social e incurrieron en graves actos de corrupción. La práctica viciosa del clientelismo se volvió epidemia. Esa es la verdad, y nadie en sus dirigencias puede negarla sin morderse la lengua o mostrar su desconexión con la realidad. Por ello resulta absolutamente natural que millones de personas estén hastiadas. Y si bien hay otros tantos militantes partidistas, un consenso de inconformidad, en el que me incluyo, permea a un significativo segmento de la sociedad.

Pero dentro de ese consenso en el diagnóstico hay un disenso en la prescripción. Unos promueven el anulismo o el boicot electoral y otros exigen, de plano, acabar con la liza democrática como la conocemos y sustituirla con algún tipo de asambleísmo social. Yo respeto ambas posturas, pero no las comparto. Por un lado, bajo nuestra actual legislación el voto nulo y la abstención no generan ningún costo a la partidocracia; por otro, no se ha inventado una democracia que funcione sin partidos políticos. Por eso pienso que hay que seguir un camino distinto: votar por los candidatos postulados por la oposición que tengan mejores credenciales de honradez y capacidad y presionar por la depuración de sus partidos. ¿Por qué privilegiar a los opositores? Porque, si bien sobre todos los partidos pesa una hipoteca ciudadana, no todos son iguales: el PRI y su satélite verde son peores. No es una ocurrencia. Ahí están los datos de Transparencia Internacional; en el “corruptómetro” mundial, México cayó 31 lugares en los últimos 6 años para hundirse hasta la posición 103. En nuestro país siempre ha habido corrupción, pero en los corrillos en torno a las ventanillas del erario público es un rumor a voces que el actual gobierno priísta la ha llevado a niveles de voracidad que no se habían visto desde mediados del siglo pasado. Y por si fuera poco, la economía se deteriora cada vez más y la violencia y la inseguridad persisten.

Desde hace más de un mes aclaro al calce de este espacio que soy candidato externo a diputado federal por el Partido de la Revolución Democrática. Lo reitero hoy en el texto porque quien me lea debe conocer mis posibles sesgos. Nunca he ocultado mi credo socialdemócrata; siempre he manifestado mi preferencia por un centro-izquierda progresista y propositivo. Ahora bien, no existe la socialdemocracia en el espectro partidario mexicano, pero yo votaré por el PRD, el partido que a mi juicio podría refundarse dentro de esas coordenadas, el que fue capaz de abrir sus puertas a un ciudadano apartidista como yo.

Sé que hay quienes discrepan de mi planteamiento, y en buena hora: el pluralismo es saludable. Pero espero que sean más los electores que coincidan en que la mejor apuesta de cara al 7 de junio es una mayoría opositora en la Cámara de Diputados. Si el PRI/PVEM no obtiene más de la mitad de las curules puede formarse una alianza para frenar la restauración autoritaria y evitar su secuela en 2018, y eso puede ser el preludio de la culminación de nuestra transición democrática.

Candidato externo a diputado federal por el PRD.
@abasave

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