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Las víctimas en el oratorio Sacrifixio. La consagración de la paz no tienen ideologías ni pertenecen a un bando u otro. Son víctimas. Esta obra que Álvaro Restrepo y la Compañía del Cuerpo de Indias y el Colegio del Cuerpo trajeron de Colombia a México —de la mano de los cantos corales de Enharmonía Vocalis, de la voz de la cantaora ancestral Rosalba Martínez y de las percusiones de Tambuco— recogió el dolor, la violencia y el perdón. Un calvario de los 52 años de una guerra civil que ha dejado más de ocho millones de víctimas. Una obra que le dio al público, en las dos funciones que tuvo este fin de semana, la oportunidad de encontrarse con el duelo de víctimas muy diversas: indígenas wayuus, del Amazonas y kunas, campesinos, niñas, madres, jóvenes, negros, mulatos y blancos.

Restrepo hace en el escenario, apoyado en la música, en proyecciones audiovisuales y en las dolorosas fotografías del fotorreportero Jesús Abad Colorado —que ha registrado con su cámara el dolor y las secuelas de la guerra— un viaje con esas víctimas, por la muerte y el perdón, como extremos de ese tronco del que parten los bailarines por el escenario para contar y cantar la pérdida, y para intentar inventar la paz.

Sacrifixio es, por una parte, un ejercicio profundo, armado con distintos artistas y desde el cuerpo, sobre los estragos de la guerra. Es una obra sin concesiones que lleva a preguntas sobre cómo en estos tiempos el arte puede contribuir a un reconocimiento de las víctimas, cómo recompone esa frase a menudo tan gastada del “tejido social” roto a lo largo de los años. Sacrifixio lo hace sin ideologías, con los instrumentos del arte. Y lo hace también a partir de un redescubrimiento, desde el arte, de una nación que se ha negado mucho tiempo, que ha olvidado a miles durante siglos, sin querer entender sus historias, sus idiomas, los signos y voces de su identidad.

Restrepo trae a las víctimas también mediante el gesto artístico del abrazo, de la derrota, de la caída, del duelo, mediante el coro que se multiplica en un “Ya basta”, mediante la voz inquietante de la cantaora que en su Alabao trae la memoria de la masacre de Bojayá:

“Para mí no hay sol ni luna ni tampoco claridad/ y a mí sólo me acompaña una triste oscuridad”.

Sacrifixio es, por otra parte, un ejercicio de unir esfuerzos entre distintos artistas: Restrepo, El Colegio del Cuerpo, el pianista Duane Cochran, el compositor Samuel Zyman, la actriz Rosario Jaramillo e incluso la poesía de Juan Manuel Roca. Así como los dos países, y empresas e instituciones como el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo —que dirige Ramiro Osorio—, el Ministerio de Cultura de Colombia, el INBA y el Festival Internacional Cervantino.

El único problema de Sacrifixio y de otros ejercicios profundos sobre arte y violencia es que la llegada de estas obras a un público mayor todavía no se consigue. Se repiten muchos mensajes sobre ese “tejido social roto”, pero la posibilidad de enfrentar el duelo de las víctimas en Colombia y también en México aún no consigue salir del escenario.

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