Todos los “nacimientos” de la tradición católica de manera invariable poseen las tres figuras de los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltazar; de diversas razas y con distintos animales como medio de transporte: un camello, un caballo y un elefante, respectivamente. Se supone que llevaron de manera simbólica y en honor del recién nacido Jesús: oro, incienso y mirra. Es bien sabido que el oro significa el reconocimiento real del niño; el incienso, su vínculo con los rituales religiosos; y la mirra, la premonición de la muerte; ya que en la antigüedad era una de las sustancias usadas en los embalsamamientos.

El pasaje está en el Evangelio de Mateo, que dice: “…y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre

donde estaba el niño. Y, al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño junto a su y abriendo sus cofres, le ofrecieron presentes:

oro, incienso y mirra”.

Ha existido polémica sobre la procedencia geográfica de estos personajes; ya que canónicamente se asume que venían de Europa, Medio Oriente y África, pero esto

es propio de la especulación, e incluso el Papa emérito Benedicto XVI en época reciente atizó a la polémica al afirmar que provenían de la región ibérica.

Estas dislocaciones e inestabilidades en el relato dan pistas de la verdadera ubicación y sentido de la historia de los magos recogida por Mateo. Lo más probable es que el contenido del pasaje sea falso y que ningún mago, rey o místico haya visitado jamás al niño Jesús en algún momento del tiempo. La clave de ello es que la asunción mesiánica del Jesús histórico se da después de su bautizo de adultez en el Jordán, y en ningún caso en su primera infancia.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, quien elabora así el asunto, citando el propio Evangelio de Mateo: “Tú eres Cristo, el nombrado por Dios y el hijo de Dios vivo”; a lo que Jesús replica: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo han dicho los hombres: eso te lo ha puesto en el Figura que trasciende culturas corazón mi padre en el cielo”.

Esta larga disquisición sobre filosofía de la religión viene a cuento para destacar lo que ya se ha adelantado. Si Jesús se convierte en el redentor hasta bien entrada la adultez, no había manera de que fuera reconocido como tal siendo bebé, menos aún en una época con comunicaciones rudimentarias en la vastedad de las regiones conquistadas por el imperio romano. La afirmación de la presencia de los Magos ante el niño Jesús, entonces, no es descriptiva sino alegórica. Mateo escribe años después de la muerte de Jesús y, junto con otros discípulos que le sobrevivieron, comprendía muy bien cuál era la clave para la supervivencia de las enseñanzas revolucionarias.

Que desde el tardío medievo y hasta nuestros días el significado de la historia se haya trivializado, primero con fines catequistas, y después con fines consumistas, es otra historia.

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