La alarma sísmica sonó pero en muchos lugares los segundos de alerta se redujeron drásticamente y no bastaron para resguardar la vida. El pasado 19 de septiembre, justo cuando se cumplían 32 años de la mayor tragedia sísmica en la Ciudad de México, un nuevo terremoto nos sacudió pero el epicentro fue a sólo 120 kilómetros de distancia, entre los límites de Morelos y Puebla. El sismo de 7.1 de magnitud fue catalogado como intraplaca y sus efectos se sintieron en 19 estados.

Generalmente los sismos de grandes magnitudes son de esta última categoría y provienen de las costas. Pero esto no quiere decir que los que se originan dentro de una placa no tengan altas magnitudes. La especialista explica que tampoco son necesariamente menos comunes. Dos similares también ocurrieron en Puebla dentro de la placa de Cocos el 16 de junio de 1999 y el 24 de octubre de 1980. El sismo del pasado siete de septiembre, que afectó principalmente a los estados de Oaxaca y Chiapas, también se originó al interior de esta placa, pero se trata de fenómenos independientes.

“A los sismólogos nos interesa mucho caracterizar la fuente, es decir, las minucias de cómo inicia y cómo se propaga la ruptura. Si bien tenemos una visión general de este tipo de sismos y vemos como se han comportado con mecanismos similares, cuesta obtener los detalles de cada uno. Del último del 19 de este mes, podemos decir que ocurrió en un lugar donde la placa de Cocos cambia su geometría”, señala y agrega que establecer simplemente esto ha sido un esfuerzo de la última década, tiempo en el que han logrado cartografiar la placa y ver cómo el cambio en su forma, en el punto preciso del epicentro, impactó en la sismicidad presentada.

Desgraciadamente explica que esto no significa que un fenómeno de 7.1 grados no ocurrirá en los próximos treinta años, sólo significa que en ese punto las posibilidades se reducen. El problema con los sismos locales es que las poblaciones donde se generan y las muy cercanas al epicentro tienen poca o nula oportunidad de ser alertadas. La especialista señala que si bien el reto que tiene México sobre alertamiento es lograr una cobertura más amplia de todas las zonas sismogénicas; otro reto que existe y que tampoco se ha podido sortear a nivel mundial, es crear una alerta para sismos locales.

La magnitud de un temblor está relacionada con la energía liberada en forma de ondas que se propagan a través del interior de la Tierra. Para calcular esta energía se realizan cálculos matemáticos basados en los registros de sismógrafos de diferentes estaciones. La información de los sensores sísmicos próximos al lugar del sismo es la que permite la emisión automática de avisos de alerta a través de ondas de radio que anticipan los efectos porque son más rápidas que las ondas sísmicas. Actualmente, el Servicio Sismológico Nacional cuenta con más de 100 equipos para el registro de sismos, organizados en diferentes subredes.

Epicentros en la Ciudad de México

“El último evento resultó ser tan cercano que la alerta sólo dio unos cuantos segundos de ventaja, pero si el epicentro fuera más cercano entonces tendríamos nula ventaja, incluso podríamos llegar a sentir el sismo antes de la alerta. Este no es problema de diseño de nuestro algoritmo de alerta, simplemente es algo difícil de hacer porque para que exista una alerta un sensor debe censar previamente el sismo”.

Es así que ante la cercanía del epicentro del último terremoto, la pregunta es de qué magnitud podría ser un temblor si el epicentro estuviera en la Ciudad de México. La Directora del SSN explica que los sismos que llegan a ocurrir en el Valle también son intraplaca, pero estos son corticales. “Se llaman así porque ocurren en la corteza superior y están dentro de otra placa que es la de Norteamérica. Generalmente estos sismos se originan a poca profundidad, pero independientemente de si son profundos o someros, lo que importa es la distancia que recorre la onda y los materiales a través de los que viaja”.

Explica que el tamaño del sismo también depende de la falla que lo origina. Una falla geológica es una fractura en la corteza terrestre. La especialista señala que las localizadas y estudiadas en el Valle de México no alcanzan una longitud suficiente para un sismo grande. Según los registros históricos que se mantienen desde hace casi dos siglos, la magnitud máxima promedio reportada ha sido de entre 3 y 3.4 grados. Por otra parte, el Doctor Luis Quintanar Robles, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM y experto en esta área señala que aunque hablar de sismos con epicentro en la Ciudad de México pueda sonar extraño, en realidad son fenómenos comunes.

“Se tiene detectada y monitoreada la actividad que se origina dentro de esta área. Estamos acostumbrados a que los sismos más grandes sean los que provienen en la costa del Pacífico y se les da poca importancia a la sismicidad que se desarrolla dentro del Valle, pero existe y está cartografiada. Desde hace muchos años se sabe cuáles las zonas más sísmicas. Se habla de que en 1974 hubo un sismo de 4.2 en el Ajusco, aunque en ese entonces aún no se tenía bien instrumentada la zona, se trataba de aparatos de antigua generación”.

Explica que previamente a esa época los testimonios son escritos, básicamente de las zonas que en ese entonces estaban pobladas. La historia del Sismológico Nacional empieza en 1910 y hay un estudio científico a partir del crecimiento poblacional. Los mapas de sismicidad con epicentros localizados instrumentalmente se empezaron a elaborar a mediados de los noventa, detectando el fenómeno de manera sistemática. Quintanar señala que las principales zonas epicentrales que se tienen registradas en el oriente, están en las delegaciones de Iztapalapa, Milpa Alta, Tlahuac, así como en municipios del Estado de México como Texcoc.

“En la parte oriente del Valle, además de las fallas, se suma el fenómeno de subsidencia, el hundimiento del terreno que proviene de las extracciones de agua. Esto crea oquedades que al colapsarse también pueden producir sismos”. Quintanar señala que en el sur una falla orientada dirección este-oeste es sobre la que han sucedido los principales fenómenos , como el sismo del pasado 9 de septiembre al sureste de Tlalpan que a pesar de haber tenido una magnitud de 2.6 fue sentida por los pobladores de esta ciudad “como si algo hubiera explotado en las cercanías”.

Quintanar explica que aunque se trata de sismos de baja magnitud, los focos poblacionales tan densos en todas las áreas de la ciudad, ocasionan que los movimientos sean evidentes. “Un sismo no se puede predecir, así que frente a recurrentes escenarios impredecibles es necesario que la gente sepa dónde vive”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses