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Medellín.— Junto a lecturas que analizan la relación de Cien años de soledad con la historia colombiana o que buscan los más mínimos detalles biográficos de su autor, hay estudios que se preguntan, desde distintas disciplinas, por la flora y la fauna en esa novela de Gabriel García Márquez.

Tras la muerte del Nobel, el 17 de abril de 2014, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República de Colombia publicó un número dedicado al escritor que contenía, entre otros textos, uno del biólogo Santiago Madriñán, llamado Flora de Macondo, con las referencias científicas de las plantas de la novela.

A la par de los nombres científicos, descripción y origen de cada planta, el biólogo incluyó algunas citas del libro. Por ejemplo, cuando habla de Macondo dice: “Cavanillesia platanifolia (Humb. & Bonpl.) Kunth. (Malvaceae)” y luego la define: “Árbol endémico de la región, pariente de la ceiba, de porte gigantesco. Sobresale por encima del bosque circundante; de tronco columnar plateado, con anillos, y una corona dendrítica”.

Cita luego a García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla: “El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: ‘Macondo’”. Y toma una cita de Cien años de soledad: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

El artículo de Madriñán dio pie a una exposición que lleva el mismo nombre, que ha itinerado en museos y centros culturales de Colombia desde 2015. La muestra, que acaba de presentarse en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia, en Medellín, contiene los textos de Madriñán e ilustraciones de Eulalia de Valdenebro.

Madriñán define plantas como ají, azucena, castaño, ceiba, begonia, ñame, bejuco, café, musgo, corozo, guayabo, banano, quenopodio (yerbasanta), piña, yuca, totumo y maíz. Son 77 plantas las que analiza.

Pero ese universo que la ciencia describe es más amplio para la literatura; tiene otros significados que pertenecen al territorio de la creación. Ese es el énfasis del estudio Flora y la fauna de Macondo: un asunto de interpretación, de Diva Marcela Piamba Tulcán, maestra en estudios literarios.

La investigadora cuenta que lo que la llevó a investigar fue por una parte la exposición de Madriñán y, por otra, el proyecto que tenía al respecto el jardín botánico de la sede Caribe de la Universidad Nacional de Colombia: “El Jardín quiso hacer algo más vivencial y modificar una porción de su puesta en escena de plantas para adaptarla a un jardín ‘macondiano’. Esto haría parte de una sección del Jardín que se llamaría ‘El jardín de Gabo’”. Para ese proyecto buscaron a un estudiante que hubiera hecho investigación sobre literatura del Caribe colombiano y, entonces, Diva entró a hacer la investigación. Al final, lo que se hizo con el “Jardín de Gabo” fue una jornada con una exposición de las plantas citadas en la obra y las relacionaron con el vallenato.

La investigadora ha ido más allá pues su interés es preservar el objetivo literario que es el fin propio de la novela. Su propuesta —cuenta Diva, en entrevista vía correo electrónico— fue pensar las plantas y los animales como algo más que sólo plantas y animales: “En Cien años de soledad vemos que las plantas aparecen en momentos estratégicos. Es decir, las acciones de los personajes y la participación de ellas están enlazadas por algo más, tal vez diferente, que la ubicación en un espacio geográfico. En la mayoría de las veces, las plantas reaccionan a los eventos que les suceden a los personajes: se cristaliza el agua sobre sus hojas si hay nostalgia, se parten o se reavivan augurando cosas, y se llenan de polvo acompañando la vejez”.

Explica que plantas como los almendros, que en África son árboles de buen augurio o que el también investigador Orlando Mejía Rivero describe como símbolo de eternidad, “no son algo gratuito sino que marcan el paso de los años y muestran la lealtad de ellos mismos hacia los personajes”.

Y da otro ejemplo, el del castaño, árbol principal de la familia Buendía y donde pasa amarrado José Arcadio Buendía gran parte de su vida: “Ese castaño se muestra como el árbol que lo sostuvo todo, desde los baños de la casa hasta el cuerpo de José Arcadio y su espectro, y finaliza como quien sostiene y ve morir a Aureliano Buendía una noche que salió a orinar sobre él. Es que es interesante incluso esa métafora: que Aureliano Buendía muera orinando sobre él, da para muchas interpretaciones”.

Y en cuanto al macondo, ella aborda otros significados, más allá de lo que dice Madriñán: “Me impresionó mucho ver las diversas imágenes e interpretaciones que podría obtener de él. Descubrí que también podía ser un juego de mesa o una planta de plátano, pues, en bantú, al plátano se le llama macondo (makondo) y, además, está descrita como la fruta preferida del diablo. El macondo no es una planta real dentro de la obra, es el nombre del pueblo. Me pareció que tenía más sentido esta segunda explicación, la del plátano, debido al movimiento arrasador de las bananeras que, según la obra, tuvo que soportar el pueblo de Macondo, y que trajo consigo todas las desgracias”.

El análisis de Diva Marcela Piamba busca ir más allá de referencias geográficas y espaciales para destacar el universo literario que no está necesariamente en un sitio específico: “No hay necesidad ni casi posibilidad de ubicar un Macondo en un punto específico pues, teniendo en cuenta las muchas referencias que pueden existir alrededor de las plantas y los animales que en Cien años de soledad aparecen, sería una tarea que desaparecería muchas posibilidades de interpretación. Por ejemplo, según la referencia africana de los almendros, ¿por qué no ubicarlo en África? o, según la referencia mexicana del castaño ¿por qué no ubicarlo en México? o, mejor aún, ¿por qué debemos ubicarlo? ¿Por qué no considerarlo como un lugar que está construido a partir de múltiples referencias del mundo? Macondo puede ser una colcha de retazos de referencias y lugares que pueden estar en cualquier lugar, o tal vez en ninguno”.

Para la investigadora de la Universidad Nacional de Colombia, el abordaje de este tema ha sido poco y superficial; como excepción cita los trabajos de Josefa Lago Graña y Orlando Mejía Rivero y el de Madriñán.

Piamba, quien continúa con proyectos sobre expresiones culturales representadas en la naturaleza que se describen en las obras literarias, acaba de echar a andar un proyecto editorial: La Mancha, que busca reeditar obras de escritores tradicionales colombianos de literatura infantil. El primer paso es una colección de cuentos de Rafael Pombo.

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