Cuatro entierros infantiles que datan de 1521 a 1620, del llamado periodo Colonial Temprano , pero que todavía fueron inhumados a la usanza prehispánica, fueron hallados en un predio de la Lagunilla , en el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde se hizo el descubrimiento de los vestigios de una vivienda mexica y donde hasta el momento se han hallado más de 200 objetos completos y semicompletos recuperados, entre juguetes, silbatos, platos, vasijas con vertedera, monedas y medallas, que van de los siglos XVI al XIX en un área de excavación de 148 metros cuadrados.
El arqueólogo Juan Carlos Campos Varela, a cargo del proyecto que forma parte de la Dirección de Salvamento Arqueológico, asegura que, en términos históricos, esta área correspondió al barrio de Cotolco y perteneció a la parcialidad de Atzacoalco, una de las cuatro grandes divisiones territoriales de México-Tenochtitlan.
Se infiere que los cuatro entierros de infantes no tienen huellas de sacrificio ritual, por lo que las causas de sus muertes –que serán determinadas con exámenes de antropología física– estarían más asociadas a una época de crisis. Un claro indicador es el cráneo del infante de mayor edad, el cual pudo fallecer entre los seis u ocho años –de acuerdo con la talla de sus huesos y de sus brotes dentales–, en el cual se observa criba orbitalia en los techos de sus órbitas oculares, una enfermedad directamente asociada con anemia, procesos infecciosos, parasitosis y desbalance en la dieta.
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La hipótesis podría probarse al verificar si el infante más pequeño es un nonato, quizá abortado espontáneamente por alguna deficiencia alimentaria o estrés materno y, por otro lado, si se consideran los resultados de salvamentos arqueológicos previos.
“Hace tres años excavamos frente al predio que ahora trabajamos y encontramos tres entierros adultos y cuatro infantiles, también del periodo Colonial Temprano. Es decir, si sumamos esos niños con los que hoy tenemos, la evidencia indica que, al menos en este barrio de Cotolco, quienes más estaban muriendo eran los infantes”, señala Campos Varela, en un comunicado del INAH en el que se da cuenta del hallazgo.
El arqueólogo señala que aunque es complicado determinar el sexo de cada uno de los restos de los cuatro niños recién descubiertos –lo cual se investigará en laboratorio–, sus ofrendas mortuorias son de especial interés: “dos no tenían ofrenda y solo eran entierros primarios colocados en los estratos virreinales tempranos; el probable nonato estaba acompañado de dos cajetes cerámicos trípodes y yacía dentro de una olla globular –de 35 centímetros de diámetro y 50 centímetros de alto–, lo que nos habla de la pervivencia de una práctica funeraria que buscaba devolverlo al útero materno, representado por la olla”.
La ofrenda más completa es la del infante entre seis u ocho años: cinco pequeñas vasijas, dos malacates para hilar y una figurilla pigmentada en azul, la cual, por su iconografía, representa a una mujer sosteniendo a una niña en su regazo, de allí que, probablemente, los restos óseos pudieran ser femeninos.
En el predio se ubicó una ofrenda más, la cual resguardaba una vasija pigmentada de azul –de 30 centímetros de diámetro y 35 centímetros de alto– y contenía los huesos de un ave. Aunque carece de los atributos de Tláloc, dios de la lluvia, su coloración podría asociarla con el mundo acuático, todavía reverenciado a la manera prehispánica.
Los trabajos de salvamento en dicho predio comenzaron en noviembre pasado y están por concluir; la importancia del contexto –que se suma a la otra ofrenda mexica, recientemente ubicada, y que también fue depositada en la época virreinal pero en la otrora parcialidad de Cuepopan– es que denota las difíciles condiciones de vida soportadas por los indígenas que no pudieron huir de Tenochtitlan durante su sitio ni después de su caída.
Y es que tras la batalla de agosto de 1521, una de las primeras acciones tomadas por los españoles fue crear una nueva traza sobre las ruinas de Tenochtitlan, mediante la cual expulsaron a los indígenas hacia la periferia, para ubicarse al centro sociopolítico de la naciente ciudad virreinal. No obstante, alejados de esas miradas extranjeras, desde sus viviendas, las y los mexicas mantuvieron múltiples actos de resistencia que hoy resurgen de la mano de la arqueología.
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El registro de la vivienda prehispánica, consistente en cuatro habitaciones –una de ellas posiblemente la cocina, debido al hallazgo de un tlecuilli o fogón–, un pasillo y un patio pequeño que resguarda lo que probablemente fue un altar, permite conocer los espacios de vida cotidiana de finales del periodo Posclásico Tardío (1480-1521 d.C.), hacia las lindes de Atzacoalco y Cuepopan, y las fronteras de Tenochtitlan y Tlatelolco.
“Es interesante encontrar apisonados con secciones estucadas, y recordando que la cal no era un producto inmediato a la Cuenca de México, podemos decir que, antes de la llegada de los españoles, aquí pudieron vivir familias de sacerdotes o guerreros, quienes tenían acceso a ciertos recursos foráneos, pese a que no formaban parte de la élite gobernante”, concluye el arqueólogo Campos Varela, quien aseguró que los vestigios de arquitectura mexica serán protegidos con geotextil y recubiertos para dar paso a la obra contemporánea que se edifica en el lugar.
El grupo de expertos, formado por las arqueólogas Alejandra Núñez Mejía y Marisol Bautista Roquez, apoyados de la geóloga Gloria García Tovar y 15 trabajadores técnicos, da tratamientos de limpieza a las piezas, mientras se determina con la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, los objetos específicos que recibirán procesos de restauración.
melc