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Viena.— El 11 de marzo de 1938, mientras las tropas de Hitler preparaban su entrada en Austria, en la Ópera de Viena se representaba Eugen Onegin, con dirección, coreografía y en buena parte cantado por artistas judíos. En los días siguientes, comenzó la expulsión de 105 trabajadores del teatro por no cumplir los ideales raciales nazis, mientras que compositores y obras de creadores judíos eran prohibidas, causando una tragedia humana y cultural de la que tardó décadas en hablarse y de la que, en algunos aspectos, este teatro nunca se ha recuperado.

Nada más producirse la anexión, celebrada por la mayoría de la población austríaca, aparecieron las primeras listas en las que se clasificaba a los trabajadores en categorías: judío, medio judío, judío por casamiento, para despedirlos o forzarlos a jubilarse. Todo, con una “horrible” apariencia de corrección y formalidad burocrática, cuenta Oliver Láng, uno de los responsables de una exposición con la que la Ópera recuerda el “Anschluss”, la anexión de Austria por la Alemania nazi.

Se prohibió representar obras de compositores que eran favoritos del público, como Jacques Offenbach o Erich Korngold. La purga afectó a todo tipo de empleados, como la secretaria Helene Sgalitzer, que fue asesinada en un campo de exterminio, o el violinista Arnold Rosé, que murió en Londres en 1946, deprimido por la pérdida de buena parte de su familia. “Ser una gran estrella no daba ninguna protección”.

La infamia llegó a extremos de eliminar de los programas de mano el nombre de compositores y libretistas. Como en el resto de la sociedad austríaca, el debate sobre esos terribles años tardó mucho en producirse en la Ópera de Viena, dice Láng.

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