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En el marco del Coloquio sobre fotografía organizado por el Foto Museo Cuatro Caminos pudimos charlar con el analista, docente, crítico y promotor de la imagen, el catalán Joan Fontcuberta.

—Hablando de imagen y su contexto ¿Hacia dónde vamos?, ¿Qué pasa hoy con la fotografía?

—La fotografía se está diluyendo en una categoría de imagen mucho más híbrida, una categoría de imagen absolutamente mestiza.

Hoy es prácticamente imposible discernir qué queda de lo fotográfico en muchas de las imágenes que circulan en los medios de comunicación o en Internet, con apariencia fotográfica.

—Y entonces ¿cuál es el futuro del creador de imágenes, del fotógrafo?

—El futuro del creador de imágenes seguirá siendo el de aquel que es capaz de hacer que las imágenes digan algo. Por lo tanto, lo importante primero es tener algo qué decir, y luego saber articular un determinado discurso visual que dé sustento de una forma eficaz a este tipo de contenido que se pretende transmitir.

La diferencia hoy es que no nos damos cuenta de que esas imágenes no hace falta que estén hechas por nosotros mismos, ya que ha habido durante mucho tiempo un discurso férreo alrededor de la autoría.

El fotógrafo era el que fabricaba la imagen, cuando en realidad, a efecto de recepción, a efectos de  las consecuencias o el impacto que estas imágenes tienen sobre la audiencia, no es tanto quién hace la fotografía, que es algo contingente, sino cómo  esa fotografía en un determinado contexto de comunicación: cultural, político, económico, llega a tener una determinada fuerza expresiva.

Hoy más que nunca, el fotógrafo es aquel —o al menos a mí me gusta pensar— que prescribe el sentido de la imagen independientemente de que la imagen haya sido físicamente tomada por un robot, por un simio o por un ser humano; es decir, lo importante no es quién hace la imagen y de qué manera, sino cómo esa imagen se inserta en determinados discursos comunicativos.

—¿Dónde queda el fotoperiodismo? Si ahora ya no importa el autor, ¿todavía es necesario el fotoperiodista en nuestros días?

—Yo creo que  nada sobra, todo depende de los modelos fotoperiodísticos que preconicemos. Es un debate que podemos trasladar al periodismo puro y duro; es decir, ¿va a desaparecer el periodismo? No. Simplemente los modelos de periodista van a tener que multiplicarse y habremos de aceptar la figura del ciudadano periodista, del ciudadano fotógrafo o el hecho de que se pueda informar desde determinadas realidades a través de otros sistemas que escapan hoy de las heterodoxias periodísticas que hemos aprendido en las escuelas y en las universidades.

Es decir, estamos ante una realidad que se abre y hemos de ser maleables suficientemente para poder acomodarnos a los nuevos retos del mundo de hoy, caracterizado por esa globalización feroz, por esas economías virtuales, por esas realidades líquidas.

Entonces, el fotoperiodista, ¡claro que va a ser necesario! Lo que pasa es que será el fotoperiodista del futuro y ¿Cuáles serán sus competencias, sus equipamientos, sus materiales de trabajo? Tendrá que estar al corriente de todas las nuevas disponibilidades que tiene a su alcance y no limitarse de una manera férrea y antimoderna a unos usos que hasta ahora han sido los que han prevalecido.

La narrativa como reto

—¿Qué piensa sobre la posibilidad de que el fotógrafo deba incorporar el video a su narrativa?

—Cada vez hay menos distinción entre la imagen fija, entre comillas fotográfica, que es un still, un fotograma de un video o entender el video como una sucesión de fotografías en movimiento. El equipamiento tecnológico, la cámara de hoy, nos permite, simplemente cambiando un botón, obtener imagen en movimiento o imagen estática.

El problema ya no está en el tipo de lenguaje sino en qué narrativa queremos desarrollar y con qué tipo de procedimiento visual.

—¿Qué debemos hacer los fotógrafos de prensa para conectar con las nuevas audiencias que ahora están tan fragmentadas y que ven tanta imagen en la red?

—Yo creo que tiene que haber un esfuerzo de creatividad en la búsqueda de nuevos vocabularios documentales. El hecho de que por ejemplo en los años 20, en la época dorada del fotoperiodismo, cuando salen los grandes rotativos y el fotoperiodismo moderno, los fotoperiodistas redactaban los artículos, había un concepto de periodismo global; esa fórmula puede regresar hoy.

—En ese contexto, ¿qué hacemos con la mentira, con los fotógrafos que han sido descubiertos plagiando imágenes o suplantando identidades?

—La mentira evidentemente es punible y hay que desenmascararla, pero es complicado. Acabo de leer, justamente, un libro de un teórico francés que se llama Frèdèric Lambert que trata de las industrias del hacer creer, la posverdad.

El tema que propone el autor es: ¿en qué fundamentamos la confianza?. La confianza es la sumisión respecto al enunciado de nuestro interlocutor sin un elemento de alerta de escepticismo activo: la desconfianza, la duda, en definitiva, el arma intelectual de la modernidad.

Hay que hacer una pedagogía de la duda, una gran pedagogía del escepticismo, no un escepticismo absoluto y acrítico sino un escepticismo que sea capaz de cuestionar, de indagar, de poner a prueba, de verificar.

Lo contrario, la credulidad implica la comodidad de dar por ciertos, de aceptar lo que se nos dice sin ningún esfuerzo; por lo tanto, en el fondo implica una actitud perezosa a la que, por desgracia, una gran masa de la ciudadanía se presta. Yo, presumiendo, diría que hay que hacer una gran pedagogía de la duda.

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