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Es un día cualquiera en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iris”. Un grupo de danza tiene ensayo en el escenario. Parte del equipo técnico hace pruebas de sonido, luces; otros van de aquí para allá, moviendo mesas, revisando papeles. En sus manos recae, en buena medida, el éxito o el fracaso de una función. La mayoría de los técnicos está formado en los teatros, ahí, tras bambalinas está el gran aprendizaje. Entre ellos destaca José Luis Zenteno, lleva más de la mitad de su vida en los teatros como el del Palacio de Bellas Artes, con el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández realizó giras por todo el mundo y una cosa se le ha quedado en la memoria: sólo en México ha visto altares a la Vírgen de Guadalupe en los escenarios.

Cien años atrás, el 25 de mayo de 1918, el espacio fue inaugurado por el presidente de la República, Venustiano Carranza, su cuerpo diplomático y su gabinte, se interpretó el Himno Nacional y se brindó un homenaje a los obreros que lo construyeron y, según el libro El Teatro de la Ciudad de México ‘Esperanza Iris’, de Antonio Zedillo, Esperanza Iris subió al escenario y, llorando, bendijo a Dios y le agradeció que haya intervenido para la consumación del espacio.

Desde entonces en el Teatro de la Ciudad se han presentado a lo largo de cien años artistas nacionales e internacionales, de las más diversas expresiones artísticas, desde el gran tenor italiano Enrico Caruso hasta “Los bohemios de la OTI”.

En los últimos años, dice el director del Sistema de Teatros de la Ciudad de México, Ángel Ancona, el Esperanza Iris ha buscado ser un espacio con un perfil internacional. “Se hace una programación artística que tengan una contemporaneidad, que haya compañías nacionales e internacionales y sean atractivas al público, que se generen nuevos públicos. Por ejemplo, en los últimos años hemos hecho mucha ópera contemporánea y se ha ofrecido danza contemporánea”, dice en entrevista.

Hoy se anunciará la programación con la que se celebrarán los 100 años del Teatro de la Ciudad, entre lo que destaca una coreografía de Marie Chouinard, dos obras del francés Pascal Rambert y un concierto de gala con Tambuco.

“El 26 y 27 de mayo tendremos dos grandes conciertos. El sábado tendremos a Tembembe Ensamble Continuo, el gran grupo de son jarocho veracruzano barroco; el domingo tendremos una gran gala con Tambuco. Son los dos eventos con los que se va a celebrar específicamente el aniversario. Antes de eso tendremos a Luis Pescetti, Marie Chouinard con un espectáculo de estreno basado en El jardín de las delicias; estamos cerrando otras cosas, seguramente (vendrá) el gran dramaturgo francés Pascal Rambert con Clausura del amor y con una obra nueva que se llama Debut del amor y las presentaremos en la misma función”, dice.

Traspunte, el que susurra. Si hace 100 años se rindió homenaje a los que lo construyeron, ahora los trabajadores que lo mantienen con vida se sienten parte de cada una de las funciones. “Si el público aplaude es porque las cosas están bien hechas; claro, aplauden a los artistas, a los actores y bailarines, pero también a lo que estuvo detrás porque estuvo bien hecho”, dice José Luis Zenteno.

Él es jefe de traspunte y le gusta contar los detalles de su oficio. Su trabajo, dice, implica anotar todos los cambios que suceden en el escenario y mantener prevenidos a todos los artistas. “Hay traspuntes teatrales que le van leyendo a los actores, otros son musicales y a partir de las partituras llevan la secuencia. Y hay otros como yo, que cuando trabajan con el director de escena para ver los apuntes y saber dónde inicia tal o cual cosa, sacar escenografías, sacar los trastos, la utilería; uno es que el debe prevenir a todos. Uno tiene una gran responsabilidad”, dice.

Todas las funciones son una nueva experiencia. Un día, recuerda José Luis Zenteno, les fue “como en feria”. Los tiempos de ensayo no permitieron que estuvieran listos todos los movimientos. Pero ha habido otras que se volvieron inolvidables, como aquellas funciones del espectáculo de danza Waterwall, de la compañía Materiali Resistente Dance Factory, que dirige el coreógrafo italiano Iván Manzini, y se presentaron durante el 2005. “Casi un mes tuvimos funciones y aquí se hizo un diluvio, una cascada fue la escenografía. Todo se tuvo que adaptar, se pusieron capas de plástico y todo el chubasco de agua caía hasta el proscenio, había bombas de agua que sacaban el agua y volvían a surtir de agua. Eso fue un exitazo, una maravilla de espectáculo. Bailaban encima del agua, uno lo veía muy fácil pero no, uno podía ver cómo realizaban todas sus movimientos en plena agua, quizá es uno de los espectáculos más maravillosos que se han tenido en este escenario”.

Carlos Cárdenas es el jefe de tramoya y desde el techo, en el telar, mueve el gran mecanismo para efectuar los cambios de decorado y efectos especiales. Tiene una gran personalidad, conversador y lleno de sentido del humor. Su amor por el teatro es innegable. Como José Luis Zenteno, disfruta de dar detalles sobre su oficio, los contrapesos.

“Todo me gusta de mi trabajo porque siempre hay algo nuevo, siempre habrá una escenografía nueva, un movimiento nuevo, alguien que te enseña una nueva manera de subir las cosas. Aquí siempre aprendemos algo, la gente viene con nuevas ideas en la danza, en la música. A mí lo de la música me encanta porque llenan todo de practicables, tiene que salir el piano al centro, o cualquier cosa. Además, cambiamos de danza a música y de música a teatro y a infantil, creo que es bueno. Hay cosas que ya nos sabemos como cuando llega el Ballet Folklórico de México, y todavía batallamos con la música porque con frecuencia hay que improvisar”.

La maquinaria humana del Teatro de la Ciudad, dice el ingeniero Sergio Solórzano, jefe de Audio, funciona muy bien. Todos saben su papel y lo realizan. En su caso, es el encargado de usar en óptimas condiciones el audio del recinto. “Me gusta todo lo que hago, por ejemplo en el teatro hay que poner micrófonos; pero también me gusta que haya música. Hacemos como 170 shows al año y tenemos de todo, hasta estrenos de cine, la visita de personas como Dilma Rousseff y todo tiene sus diferentes formas de sonorizarlo. Este teatro no necesita ningún refuerzo sonoro, pero por el tipo de eventos se instaló; la acústica es buena, pero antes estaba mejor, cuando había alfombra”, cuenta.

La versatilidad, el sello. En el teatro se presentan alrededor de 180 espectáculos al año. Y en los últimos años la programación ha sido muy diversa: la épica producción teatral de Battlefield, inspirada en El Mahabharata, del reconocido director inglés Peter Brook; Astrid Hadad y se espectáculo “Caprichos”; Beyond Calligraphy, de Liu Qi; el grupo  Agrupacion Cariño, Una noche con JazzMx y el Encuentro Nacional de Danza. Teatro, danza, música, ópera, de todo tipo.

“La programación es ecléctica, lo mismo ves un espectáculo de pop, que uno de rock, de boleros, de danza contemporánea, danza clásica, ópera, cabaret, la gama es enorme. Al Teatro de la Ciudad le corresponde estar abierto a todas las disciplinas”, sostiene Ángel Ancona.

De acuerdo con Ancona, el público joven se ha incrementado en los últimos años y se ha mantenido cerca del teatro, pero reconoce que se deben fortalecer las estrategias de difusión. “Necesitamos mayor difusión y mejores sistemas para hacerla, quizá en redes sociales, pero esto es un misterio, aunque cada vez nos metemos más el tema de cómo llegar al público a través de las redes sociales es profundo. Han venido promotores que llenan el teatro, sólo se promueven por cierta red social y con eso tienen para llenar el teatro”´, explica.

Para el festejo, lamenta Ancona, no hubo recursos específicos. “Nos hubiera gustado para recuperarlo más, pero lo hemos reequipado, le están cambiando cortinas, alfombras, son las cosas que se hacen con lo que hemos podido, pero el teatro está funcionando muy bien, lo que tenemos que enriquecer es la programación para hacerla más atractiva”.

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