Desde el primer presidente que se propuso difundir una buena imagen del país en el exterior, hasta el actual, la intención ha fracasado y en ocasiones resultó contraproducente. Porfirio Díaz inició la estrategia de promover la imagen de un México moderno, civilizado, estable y pacificado que ofrecía infinitas oportunidades a la inversión extranjera. Paradójicamente, en septiembre de 1910 el porfiriato alcanzó su apoteosis con las fastuosas fiestas del centenario de la independencia, pero el 20 de noviembre se inició su derrumbe. En pocos meses resurgió el México bárbaro y revolucionario desencadenado por la pobreza, la injusticia y la opresión, que dio al traste con la quimera propagandística construida con gran ingenio y mucho dinero.

La historia se repitió cuando el presidente Adolfo López Mateos, aprovechando el resquebrajamiento de la bipolaridad de la Guerra Fría, dinamizó nuestra política exterior y proyectó la imagen de un México próspero en plena industrialización, que brindaba grandes posibilidades a los capitalistas extranjeros. Los Juegos Olímpicos formaron parte de su ambiciosa política de prestigio, cuya realización en 1968 correspondió a su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, quien fue responsable de difundir la imagen de un país violento, represivo, sanguinario, pisoteador de los derechos humanos. Luis Echeverría condujo una frenética actividad foránea para colocar al país en el centro de la política mundial, pero amén de los innecesarios conflictos internacionales que cosechó, fue desacreditado por la crisis con la que concluyó su mandato. José López Portillo dilapidó la riqueza petrolera para darle a México estatura de una potencia emergente, en la que deberíamos aprender “a administrar la abundancia”. El ingreso al primer mundo fracasó por la nueva crisis que dejó a millones en la pobreza y contagió a otras naciones con su “efecto tequila”. Carlos Salinas también ofreció incorporarnos a dicho primer mundo mediante el TLCAN, pero su gestión concluyó con la más fatídica crisis de fin de sexenio, ocasionada por el “error de diciembre.” El supuesto “gobierno del cambio” de Vicente Fox desplegó un locuaz activismo para acreditar que, además de potencia emergente, también ya éramos una democracia. Al final igualmente cosechó patéticos conflictos con diversos países, que en nada nos enaltecieron frente al mundo. El espectacular y dinámico inicio del otro gobierno del “cambio” de Enrique Peña Nieto, dio pie para que la prensa internacional anunciara la llegada del Mexican Moment, pero a partir de 2014 y por múltiples problemas que son bien conocidos, esa misma prensa nos calificó como el Mexican Desaster.

Todo lo anterior se asemeja a la tragedia del Sisifo de la mitología griega, quien fue condenado por los dioses a cargar una pesada roca hasta la cima de una montaña. Como automáticamente la piedra rodaba cuesta abajo, Sisifo repetía la ingrata tarea eternamente. Esa misma tragedia han padecido nuestros reiterados y costosos esfuerzos para proyectar una imagen positiva del país. Cuando parece que algo se está logrando, ocurre algún problema, incidente o escándalo que pone en evidencia nuestra verdadera realidad. El repetido error de fondo es que, desde el porfiriato hasta nuestros días, se ha promovido una narrativa mediática irreal o parcial de México, que no tarda en ser desmentida por nuestra surrealista realidad plagada de inseguridad, injusticia, desigualdad, corrupción, impunidad, falta de democracia económica y política, etcétera. Cuando tengamos la casa aseada y en orden, ya podremos abrir las puertas para que nos miren del exterior directamente, y objetivamente corroboren lo que hemos logrado y lo que somos capaces de ofrecer al mundo.

Internacionalista, embajador de carrera y académico

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