Con Elba Esther Gordillo libre, lista para reclamar que le devuelvan la presidencia del SNTE con el fallo judicial que la exonera de los delitos que la acusaron, la “cuarta transformación” de Andrés Manuel López Obrador tendrá un primer obstáculo para demostrar su credibilidad de que habrá un cambio real de régimen como el que proclama el presidente electo. Porque si Gordillo vuelve a asumir el control del sindicato más grande y poderoso de México, ya sea personalmente reclamando el ejercicio de sus “derechos” o a través de un nuevo dirigente que controle desde atrás, se estará preservando uno de los principales lastres del antiguo régimen priista en el gobierno lopezobradorista: el viejo sindicalismo charril y corporativista que, mientras sirva al gobierno y al presidente en turno, puede ser tolerado con todo y líderes sempiternos y con enormes fortunas familiares.

Ningún ingenuo puede pensar que lo que ocurrió el pasado lunes fue mera coincidencia. En total concordancia y con apenas diferencia de horas hablaban primero Elba Esther proclamando su inocencia y declarándose “perseguida política” y luego el presidente electo diciendo en Palacio Nacional que respetaría “los derechos” de la Maestra y que no sería ni perseguida ni empleada de su gobierno, al mismo tiempo que se pronunciaba a favor de respetar la “autonomía de los sindicatos”, pero también de promover “la democracia sindical”. Y si a eso se suman las reacciones de varios de los futuros secretarios del gabinete lopezobradorista, como Olga Sánchez Cordero y Esteban Moctezuma, que celebraron la liberación y el regreso de la ex lideresa del SNTE, entonces pareciera que el próximo gobierno daría la bienvenida de nuevo al gordillismo para controlar a los maestros.

Porque tal vez legalmente la Maestra tenga derecho de reclamar y retomar la “presidencia vitalicia” que ella misma se mandó aprobar en 2007 cuando, con Felipe Calderón, era la dueña y señora de la educación en México, y también se le puede conceder que los jueces la declararan inocente y que penalmente no se le haya comprobado ningún delito de los que intentó, inepta y políticamente, acusarla el gobierno de Peña Nieto y su inservible PGR. Pero toda esa legalidad y derechos no borran el uso patrimonialista y caciquil que el personaje hizo del sindicato magisterial en los últimos 30 años, desde que el presidente Carlos Salinas la llevó a ser secretaria general del SNTE para desplazar al otro cacique que la antecedió y fue su padrino y promotor, Carlos Jonguitud Barrios.

Políticamente puede entenderse que el candidato López Obrador tenga un “compromiso” con Elba Esther por la alianza electoral que ambos hicieron y el apoyo que los grupos de maestros gordillistas le dieron en su campaña y en la operación electoral del 1 de julio pasado. Pero moralmente, el presidente López Obrador tendrá que evaluar qué hará o qué le permitirá hacer a Gordillo Morales porque devolverle el control del sindicato de maestros equivaldría a torcer su compromiso de una transformación del país en un tema tan importante como el cuestionado sindicalismo oficial, charril y corporativo, que fue uno de los pilares no sólo de los gobiernos del PRI por más de 70 años, sino también de los del PAN.

La única interrogante que queda es a qué se refería el presidente electo cuando dijo, en Palacio Nacional que estaba a favor, sí de respetar la autonomía de los sindicatos, pero también de “promover la democracia sindical”. ¿Acaso tiene un plan para, con Elba Esther Gordillo al mando, promover una elección de un nuevo dirigente que sustituya a Juan Díaz de la Torre, a quien de entrada ya la maestra marcó como “traidor” y parece haberle puesto precio a su cabeza? ¿Podría hablarse de democracia si, con todo y una elección en la que voten los militantes, un gordillista se queda como secretario general del SNTE o peor aún si Gordillo recupera su presidencia vitalicia del sindicato?

Si Gordillo vuelve en el sexenio próximo a tener el mismo poder y el mismo control que tuvo con Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y el inicio de Peña en el SNTE y en la educación pública del país, entonces no todo habrá cambiado y después de eso Carlos Romero Deschamps, Víctor Flores, Carlos Aceves del Olmo, Víctor Fuentes y demás charros millonarios y herederos de Fidel Velázquez, podrán sentirse del todo tranquilos de que la “Cuarta Transformación” no va a desmantelar al viejo sindicalismo, por lo que no los alcanzará a ellos ni a sus cotos sindicales ni a sus inmensas fortunas.

NOTAS INDISCRETAS… ¿Cuántos priistas se necesitan para detener a un dipuhooligan? Al parecer no muchos porque varios le tienen miedo. La noche del martes, en la sesión del Consejo Político Nacional del PRI, el ex diputado capitalino Cristian Vargas, mejor conocido como el dipuhooligan, por sus desmanes y pleitos en la Asamblea Legislativa del DF, irrumpió a gritos y con una manta en el estrado del auditorio Plutarco Elías Calles. Reclamaba en su manta que “Peña entrega la presidencia y libera al PRI”, y al intentar bajarlo se hizo de palabras con varios del presídium. Pero ni el grandote de Sonora, Ernesto Gándara, ni el aguerrido mexiquense Carlos Hiriarte y mucho menos el colmilludo senador Emilio Gamboa se atrevieron a encararlo. El único que se paró y le pidió que se controlara fue el líder de la CNOP, Arturo Zamora. El jalisciense fue el único que lo llamó al orden y logró controlar la situación que pretendían descomponer Cuauhtémoc Gutiérrez y sus huestes… Batimos los dados. Serpiente.

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