No estamos para sobresaltos. La economía mexicana aguantaría poco si varios meteoritos la atacan al mismo tiempo, y todo parece indicar que éste será el caso. Por eso, una decisión fundamental del candidato presidencial que resulte triunfador será el nombramiento de la persona que ocupará la secretaría de Hacienda.

La semana pasada vivimos una probadita de lo que se nos viene con las decisiones arbitrarias que Donald Trump está tomando a propósito del Tratado de Libre Comercio. Los aranceles unilaterales sobre acero y aluminio que impuso a México, entre otros países, hicieron que la moneda se resbalara rápido hacia la devaluación.

Este fenómeno seguirá ocurriendo porque, contrario a lo que suponen las autoridades mexicanas, la Casa Blanca no va a negociar en serio, de aquí a las elecciones estadounidenses del próximo mes de noviembre. El magnate ya encontró que es más redituable aplicar medidas quirúrgicas para congraciarse con electores precisos que avanzar hacia una negociación general.

Cabe esperar que otra mañana cualquiera nos encontraremos con que el aguacate mexicano va a pagar 20% de aranceles o que nuestras pantallas planas se venderán un tercio más caras del otro lado de la frontera.

Y cada vez nuestra moneda se correrá, y cada vez la amenaza a la estabilidad económica del país será peor. Si bien es cierto que el Banco de México cuenta con reservas para enfrentar estos embates, arrojados desde Washington, también lo es que los indicadores de deuda pública no son los más saludables.

Flota obviamente en la atmósfera la peligrosa transición presidencial ocurrida en 1994, cuando el paso de un gobierno a otro se hizo tan torpe que nuestra economía terminó arrojada al cubo de la basura.

En 2018 todos los aspirantes a presidente deberían estar preocupados por no repetir aquella historia. Si hay elementos de nuestra economía que, como en aquel entonces, estuvieran sostenidos por alfileres, mejor sacar a tiempo los clavos de acero para conjurar otro descalabro.

¿Qué clavos de acero hacen falta? Primero, una transición conversada con los pocos que sostienen el poder económico mexicano, cuya capacidad para hacer daño es peligrosamente atómica. Cabe recordar que el 10% más rico es dueño de entre el 60 y el 65% del patrimonio nacional.

A pesar de lo tentador que sería modificar radicalmente esta injusticia, tal batalla tendrá que esperar. En esta coyuntura —por lo menos de aquí a que el TLCAN se renegocie (o se tire a la basura)— es pésima idea pelearse con ese selecto grupo de señores.

Segundo, resulta fundamental enviar una señal contundente a los mercados nacionales e internacionales sobre quién será la persona responsable de conducir las finanzas del futuro gobierno.

Un error grave, cometido en 1994, fue despedir demasiado pronto al entonces secretario de Hacienda, Pedro Aspe. El presidente Ernesto Zedillo no estuvo dispuesto a conceder la permanencia de ese funcionario porque no confiaba en su antecesor.

Sin embargo, esa decisión política terminó haciendo explosión, cuando los mercados no le entregaron su voto de confianza a Jaime Serra Puche, al tiempo en que el flamante secretario cometía errores de párvulo con respecto a la necesaria devaluación de la moneda.

En el remoto caso de que José Antonio Meade ganase la contienda, la permanencia de José Antonio González en Hacienda resolvería esta parte de la ecuación. En cambio, si el triunfador fuera Ricardo Anaya, vale subrayar que, a estas alturas de la campaña, el país continúa a ciegas con respecto a la persona que ocuparía este cargo fundamental.

Dados los resultados arrojados por la mayoría de las encuestas, el tema más preocupante es la propuesta de secretario de Hacienda que ha presentado Andrés Manuel López Obrador: Carlos Urzua tiene méritos incontables, pero no es uno de ellos ser un sujeto que aporte tranquilidad a los mercados, por el solo hecho de que jamás ha ocupado un cargo relevante en la complicada secretaría de Hacienda; su paso por la academia ha sido más largo que el tiempo gastado en la trinchera.

En tal circunstancia, AMLO debería reconsiderar esta opción y pedirle a Urzua que espere a ver tiempos mejores, en calidad de subsecretario del ramo. En su lugar habría de pensarse en una figura que trascienda facciones, que conozca bien la nave y que pueda comunicarse con confianza y eficiencia, hacia dentro y hacia fuera.

ZOOM: No va a ser del agrado de los votantes y seguidores de AMLO, pero si Trump sigue atizando el avispero, veremos en breve como propuesta para la secretaría de Hacienda, de la coalición Juntos Haremos Historia, a un financiero tradicional, surgido de las filas del neoliberalismo, acaso un itamita, un ex director del Banco de México, un funcionario del Fondo Monetario Internacional, o algo parecido.

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