Uno de los síndromes más mezquinos de nuestros días es la obsesión por colocarse bajo los reflectores, por cualquier medio y a toda costa. No importa lo que suceda alrededor, ni cuál sea el tamaño la tragedia ajena; en el pequeño cerebro de ciertos personajes el ombligo es la única neurona que funciona.

Padecemos de manera crónica el fenómeno “hablemos de mí;” uno donde todo se conjuga en primera persona del singular: yo, mí, me, conmigo y lo demás viene detrás.

Si bien esta enfermedad no conoce clase social, ciudad, región, sexo o barrio, hay coordenadas donde se manifiesta de manera más álgida y desagradable.

En estos días de tragedia nacional —donde a tantos ha golpeado el látigo del dolor— resulta moralmente intolerable el juego que se traen algunos líderes políticos buscando desesperadamente que se hable de ellos.

Evidencia de este síndrome abunda, pero el premio del protagonismo más miserable se lo llevaron sin duda Enrique Ochoa, presidente del PRI, y los correligionarios que lo acompañaron el lunes pasado para presentar una iniciativa oportunista, abusiva y sobre todo grosera con el padecimiento ajeno.

Los dirigentes priístas dicen que detrás de su propuesta hay resortes nobles, pero pocas cosas podrían ser más mentirosas. Han planteado eliminar los cargos de elección popular que responden al principio de representación proporcional —las famosas pluris— porque dicen que de esta manera el país se ahorraría más de 11 mil millones de pesos anuales; dinero que “generosamente” proponen dedicar a la reconstrucción del país.

Aseguran estas personas que su idea tiene respaldo popular, pero detrás de sus intenciones hay ruindad. La propuesta de desaparecer los cargos de elección popular en México la traía el PRI mucho antes del terremoto porque así conviene a los intereses de esa fuerza política. Nada tiene que ver con los muertos, los damnificados o las enormes necesidades derivadas del terremoto.

El cálculo es frío, por no decir gélido: aprovechan el sufrimiento, que es grande, para hacer pasar como obra buena una bajeza.

El PRI quiere que sólo exista mayoría relativa, ya que es el partido más votado por esta vía electoral. En simultáneo, pretende desaparecer la representación proporcional porque, de lograrlo, aniquilaría a varios de sus competidores.

Si se atiende a los números actuales, por mayoría relativa el PRI cuenta hoy con el 46 por ciento de los cargos en el Senado y el 49 por ciento de los diputados. En contraste, su competidor más cercano —el PAN— apenas logra el 25 por ciento de los cargos obtenidos por mayoría en el Senado y el 18.6 por ciento de las diputaciones.

Si en México desaparecieran las 64 senadurías y las 300 diputaciones pluris, el PRI volvería a construir una mayoría casi hegemónica, debido a que el PAN desplomaría su representación a nivel federal y los demás partidos tenderían a desaparecer.

Eliminando la representación proporcional saldrían del escenario el PRD, Movimiento Ciudadano, el PT, Nueva Alianza, el PES y posiblemente el PVEM. Solo sobrevivirían el PRI y el PAN, con Morena en un muy lejano tercer lugar.

Habrá quien, sin ser priísta, quiera ver un país con pocos partidos. Sin embargo, vale la pena reflexionar si en este momento lo mejor es reducir equilibrio y contrapeso al sistema político mexicano.

ZOOM: Lo que quiso decir el señor Enrique Ochoa el pasado martes sonó más o menos así:

A propósito del terremoto hablemos de mí y mi partido. Les propongo que eliminemos a mis adversarios políticos para que sólo yo gobierne. Luego, con el dinero que ahorraré a los contribuyentes, daré limosna para los damnificados.

¡Que con su pan se lo coma! Si es que el PAN y los demás partidos son tan estúpidos como para dejarse.

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@ricardomraphael

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