Para ganar la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador debe traspasar su techo de cristal, pero difícilmente podrá lograrlo sin antes resolver las contradicciones del suelo pegajoso que le tienen anclado.

Desde la primera vez que contendió como candidato para la jefatura del Estado mexicano, López Obrador consolidó una preferencia electoral que ronda el 33% de los votos. Ese es su capital político: un tercio de la población adulta que lo apoya desde hace doce años

Sin embargo, en ninguna de las ocasiones anteriores le alcanzó tal respaldo para triunfar. Porque en México no suelen llegar tres sino dos candidaturas a la recta final, se necesita más que ese apoyo en las urnas para poder despachar en el Palacio Nacional.

Este es el desafío que en 2018 deberá resolver el candidato de Morena: romper el techo de cristal que las otras dos veces lo contuvo.

Son dos trabes las que sostienen a ese techo, una geográfica y la otra sociológica.

Revisando la geografía resulta evidente que el apoyo lopezobradorista se vuelve discontinuo a partir del paralelo 20; de Querétaro hacia el norte, el político tabasqueño cuenta con menos simpatías.

Lo quieren en el sur y sureste, lo mismo que en la capital del país, el Estado de México o Michoacán. Contrasta sin embargo el entusiasmo que despierta, por ejemplo, en Nuevo León, Coahuila, Chihuahua o Baja California. Tampoco ha logrado apoyo masivo en el Bajío o en el Occidente mexicanos.

Tan consciente está de este hecho que López Obrador decidió, para esta ocasión, hacer una alianza explícita con la geografía ajena. Es en este contexto que debe comprenderse la elección de Tatiana Clouthier como coordinadora de campaña, una mujer cuyo apellido y trayectoria despiertan aclamación tanto en Sinaloa como en Monterrey.

Es a partir de esta misma falencia que debe leerse la sociedad estratégica entre López Obrador y el empresario neolonés, Alfonso Romo. Si bien Romo es un capitán de empresa distinto a muchos otros, se trata de un hombre que conoce bien a los capitales mexicanos y por eso su tarea principal ha sido tranquilizarlos.

La otra trabe que sostiene al mismo techo de cristal es sociológica. Durante la campaña del 2006 López Obrador se presentó como un candidato plebeyo, en casi todo opuesto a la casta gobernante (la mafia del poder), pero también contrario a la pequeña burguesía, o más precisamente, a la clase media mexicana.

Funcionó bien la campaña que lo acusó de ser un peligro para ese sector social, que no solo se define por su nivel de ingreso, sino también por sus aspiraciones y construcción identitaria.

Esta vez López Obrador se esmera por no infundir temor entre ese preciso estrato social, el cual le es indispensable si es que quiere conseguir el triunfo en julio próximo.

Candidaturas como la de Gabriela Cuevas o Germán Martínez, e inclusiones en su eventual gabinete, como la de Esteban Moctezuma y el propio Alfonso Romo, buscan justo remover ese otro obstáculo que anteriormente le impidió crecer.

No obstante, los problemas de López Obrador van más allá del techo de cristal. Desde ya se asoma también como dilema el suelo pegajoso, es decir, la contradicción radical que lo tiene anclado al suelo de sus posibilidades.

El suelo pegajoso de este candidato para el 2018 lo constituye la naturaleza polarizada de su oferta política. Los días previos dos personajes hicieron evidente ese suelo inconsistente: Paco Ignacio Taibo II y Alfonso Romo. Por más que digan caerse bien, esos dos mexicanos representan cabos muy apartados del espectro social mexicano.

Pero no son la única discordancia detrás de la candidatura morenista: vale también mencionar como ejemplos a Esteban Moctezuma, de un lado, y a los líderes de la sección 22 del SNTE (CNTE), del otro; o a Elena Poniatowska, feminista y defensora del laicisimo, frente a Hugo Eric Flores, líder evangélico y opositor rotundo a la libertad de las mujeres para elegir sobre su cuerpo; o Elba Esther Gordillo, emblema de la corrupción, frente a Irma Eréndira Sandoval, luchadora dedicada a combatir este mal.

ZOOM:

En esta ocasión AMLO podría romper su techo de cristal, pero las contradicciones que lo anclan al suelo están desde ahora haciendo erupción. Cabe que no lo ayuden a ganar, pero suponiendo que tal cosa suceda, le harán muy difícil gobernar.

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