Nadie puede negar que nuestro sistema electoral parece comedia de enredos. Por un lado, si no fuese por el desperdicio de recursos que pudieron haberse destinado a otros tantos fines mucho más meritorios, el tema de las precandidaturas daría risa.

Por otro, apenas cuatro días, es decir el pasado 12 de febrero, comenzó el llamado periodo de “intercampaña”, que terminará el 29 de marzo. Cuarenta y seis días durante los cuales los partidos políticos deberán abocarse exclusivamente a “difundir mensajes genéricos con contenido únicamente institucional y no podrán promocionar el voto o alguna precandidatura o candidatura”.

Un tiempo en el que los aspirantes a algún cargo público no pueden realizar actos anticipados de campaña o a emitir mensajes que convoquen al voto, conllevando a un alto definitivo a cualquier tipo de publicidad a su favor.

Estos vaivenes de las reglas parecieran formar parte del intríngulis de los juegos políticos de los partidos. Desde la óptica de un estratega político, las reglas permiten a los partidos salir a escena en un primer momento para medir fuerzas y jalar agua hacia su molino.

Así, unos y otros consiguieron sus primeras mediciones; así, unos y otros estructuraron sus alianzas y midieron sus discursos; así, unos y otros se posicionaron, y ahora, después de la primera batalla, pueden retirarse a sus cuarteles a contar sus bajas y a estructurar nuevas alianzas para la batalla final.

Tienen lo que resta de los 46 días del período de intercampaña, considerando que este periodo será crítico para alinear a su ejército, al que no habían ni nombrado ni convocado en la primera batalla —que apenas fue un round de sombra—.

Ese ejército que estará recién nombrado, se compondrá de quienes se estén postulando para las candidaturas a 629 cargos a nivel federal y 2 mil 777 a nivel local. Si se considera que de entre 3 mil 406 postulantes federales y locales, tuviesen un promedio de mil votantes, estaríamos hablando de una votación general de 3.4 millones de votos a favor del candidato que lograse el milagro.

Y es que, en la jornada electoral, a nivel federal, se elegirán una presidenta o presidente; 128 senadoras y senadores; 500 diputadas y diputados; y a nivel local, 9 titulares de Poderes Ejecutivos locales: 8 gobernadoras o gobernadores y una Jefatura del Gobierno de la Ciudad de México; 972 diputaciones locales; 16 alcaldías; 160 consejales en la Ciudad de México; integrantes de 24 juntas municipales en el estado de Campeche y mil 596 presidencias municipales.

Preguntarán acaso qué tiene que ver esto con la intercampaña, y aunque me parece obvio —ante el evidente éxodo de grupos y personajes públicos que perteneciendo a fuerzas opositoras optaron por cambiar de camiseta— este será el periodo en el que los pájaros migrantes, aquellos que no alcancen hueso en un grupo político, buscarán encontrarlo en otro ofreciendo a cambio el poder de los votos que pueden convocar.

Este será un periodo de negociaciones en el que las candidaturas se otorgarán a quienes más apoyos puedan brindar a los partidos, y así se irán definiendo desde concejales, integrantes de juntas municipales, presidencias municipales, alcaldías, diputaciones locales, federales, gubernaturas y demás.

Del resultado de estas definiciones dependerá en mucho la votación presidencial, puesto que el apoyo desde las bases representará innegablemente el voto firme con el que pueden o no contar los distintos candidatos. Por ello, estas decisiones son de la mayor trascendencia.

Así es que, si en enero y comienzos de febrero cambiaron muchas iguanas de color, aún no hemos visto nada. Febrero y marzo nos dejarán atónitos: no hay silencio en esta noche, ni todo está en calma, ni el músculo duerme y mucho menos la ambición descansa.

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