Me permito publicar esta fotografía de Elena, mi hermana, como el arquetipo de una adolescente, clase media, típica de la Ciudad de México en 1968. Se pueden observar en la pared de su recámara los personajes que eran símbolos de los jóvenes preparatorianos de entonces.

Ella vivió una aventura relacionada con los trágicos acontecimientos del final del otoño de 1968 que viene al cuento narrar en este año en que se cumplen 50 de la matanza de Tlatelolco.

En 1968 era yo una joven adulta de 23 años que trabajaba intensamente en el Comité Olímpico como gerente de producción del largometraje que se haría de las entonces próximas Olimpiadas. Mi hermana Elena, conocida como Helencita, estudiaba en la Prepa 6. Ella pertenecía a una banda o pandilla de adolescentes que se hacía llamar Los Bati-ferias (que como Batman, eran jóvenes adinerados); se reunían sanamente para hablar de Rolling Stone, el Che Guevara, hacer fiestas y bailar el “hard rock” o pasear por México.

Unos días antes del 2 de octubre del 68, Los Bati-ferias decidieron ir en conjunto a un departamento en los edificios de Tlatelolco de la mamá de un camarada “bati-feria” —apodado el Oso Polar— que se los había prestado para hacer una reunión. Mi hermana era novia del “bati-feria”, ahora arquitecto Mario Cárdenas. De los muchachos “bati-ferias” que conocí recuerdo a Ricardo Ampudi y a Rogelio Jiménez Pons, entre otros.

Mi hermana pidió permiso, como siempre hacía, para salir a la reunión. La situación del enojo de los jóvenes por el bazucazo a la Prepa iba en aumento y el clima político era preocupante.

Ese día yo llegué a casa de mi trabajo tarde, en la noche, pues estábamos sumamente ocupados en la Dirección de Cinematografía del Comité Olímpico, preparando la película que dirigía Alberto Isaac. Me encontré a mis padres muy preocupados porque había hablado Helencita, mi hermana, para decir que estaba en Tlatelolco en una reunión cuando se empezaron a oír balazos, gritos y estallidos en la calle, por lo que no se atrevían Los Bati-ferias a salir ni asomarse a la ventanas; por lo que tendrían que permanecer refugiados y pasar toda la noche en Tlatelolco hasta el día siguiente. Mi padre habló con Mario, el joven novio, y le encargó mucho que cuidara a mi hermana.

A la mañana siguiente llegó Helencita acompañada de algunos “bati-feria” que, aterrados, nos contaron que al salir a la luz del día vieron que había evidencias claras de que ahí habían sucedido cosas muy violentas. Se encontraron con coches incendiados, vidrios rotos, casquillos de balas, manchas de sangre.

Una pequeña historia como preámbulo del “rojo amanecer” del 3 de octubre de 1968.

***Foto: Elena, mi hermana adolescente, 1968. (CORTESÍA PAULINA LAVISTA)

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