Las precampañas presidenciales que arrancaron el 14 de diciembre y que terminarán en dos días más no han dejado nada digno para el registro político de la historia. ¿Debe esperar el país, con ese antecedente, una sorpresa durante las campañas, que correrán entre el 30 de marzo y el 27 de junio?

Las precampañas nunca tuvieron ningún sentido ni razón de ser, pues ninguno de los precandidatos tuvo jamás un contrincante al frente. José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador arrancaron en ese status y en automático serán candidatos.

En supuesto abono de la democracia, teóricamente, las precampañas suponían una contienda intrapartidista con al menos dos precandidatos que entraran en una competencia basada en la exposición y confrontación de ideas, propuestas, compromisos… Nada. No hubo nada de eso.

Lo más que ha visto la ciudadanía son promocionales insulsos e intrascendentes, discursos que no muestran ideas, idearios ni ideologías, referencias brevísimas a algunos de los grandes problemas que padecemos, escarceos y “ataques” que en algunos casos han devenido en elogios...

En los casi dos meses de duración de esa absurda fase, que en realidad es una costosísima farsa pagada con los impuestos de la sociedad, los candidatos presidenciales, propiamente referidos, no enseñaron nada en términos de discurso, visión de la realidad, proyecto de Nación. Se les acabaron todos los recursos político-electorales. Los mítines de masas de otros tiempos son ahora concentraciones de seguidores a la espera de recompensa en caso de triunfo.

Se supone que las precampañas serían una especie de round de sobra en el que cada aspirante a gobernar México empezaría a exhibir sus armas, sus potencialidades. Esa especie de entrenamiento, cual si se preparasen para una pelea de pugilato, sería la ocasión para mostrar su dimensión y posibilidades en todos los rubros que se necesitan para justificar su pretensión de tomar las riendas del máximo poder político del país. Nada.

Los electores no detuvieron la dinámica de sus actividades para observarlos. Decepcionados y frustrados como están, no voltearon a verlos. No les llamaron la atención. Ninguno de los que inexorablemente los gobernará logró impresionarlos.

Cuando se suponía que el “calentamiento” de casi sesenta días empezaría a dejar ver claramente al electorado por quién votar el primero de julio, se baja el switch, se cierra el gimnasio, se guardan los arreos de combate y, en uno más de los absurdos de la ley electoral, se abre el impasse de reposo e inmovilidad hasta el 30 de marzo.

¿Qué pasará en ese periodo de vacío, ausentismo y silencio?, es una incógnita que nadie se atreve a despejar. Y es natural, pues todo lo que debería ser visible y público se invisibiliza y se privatiza. Con los infaltables recursos de los contribuyentes, claro está.

¿Qué de nuevo que hayan querido hacer o decir los precandidatos, que no hicieron ni dijeron en la etapa que se cierra pasado mañana, harán o dirán los candidatos en los tres meses de campaña que tendrán después del periodo de 41 días —que empezarán dentro de 48 horas— para valorar, reflexionar, corregir, reforzar o relanzar estrategias y equipo?

En esa situación y perspectiva, quizá los más necesitados de hacer algo realmente eficaz, importante, significativo y de valor para su causa son José Antonio Meade y Ricardo Anaya, pues Andrés Manuel López Obrador les lleva una ventaja de varios años en términos de exposición público-mediática, discursivo-ocurrente y demoscópica. Al candidato de Morena es al que quizá menos le preocupe el lapso por venir, dado que invariablemente encuentra la manera de estar en escena.

Si con las precandidaturas la población tiene la certeza de que los precandidatos serán candidatos y en ese tiempo no le han ofrecido nada; si durante las intercampañas se baja el telón por más de un mes y se hace la oscuridad, y si las campañas previsiblemente cambiarán muy poco la situación y perspectiva político-electoral, es obligado considerar el enorme costo económico que representa un proceso que parece democrático, pero que realmente es una representación.

Las campañas presidenciales, a lo que se ve, serán más de lo que han sido las precampañas, pero mucho más caras. Se espera que en esa fase candidatos y partidos se lancen con todo para ganar. Y si el gasto legalmente establecido que harán va a rondar los 30 mil millones de pesos, la desesperación por hacerse del poder puede llevarlos a prácticas aún más extremas que, lejos de mejorar, empeoren todo.

Con tanto pre, acaso nos hemos vuelto una sociedad de indefinidos.

SOTTO VOCE… La desvergüenza entre partidos y políticos no tiene límite. En temporada de elecciones se sueltan el pelo y se descaran. Hay casos patéticos. El de Fausto Vallejo, ex gobernador de Michoacán, no tiene límites. Todos conocen su historia… Lamentable que finalmente no se le haya entregado el doctorado honoris causa por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas al secretario de Defensa, Salvador Cienfuegos… De las mayores decepciones, la actuación de Ignacio Peralta como gobernador de Colima. En esa entidad el poder está en manos del crimen organizado. Debería ser removido y enjuiciado.

ombeluniversal@gmail.com
@mariobeteta

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