Surgidos de la derecha y de la izquierda, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador coinciden en buscar incansablemente sus objetivos. Pero difieren en su realización. Uno, se ha radicalizado ya en la falta; el otro, está ante la perspectiva de acentuar sus palabras para convertirlas en virtud.

Lo que el presidente de EU mostró desde el inicio de su campaña, es su férrea voluntad de sumar el poder político, que a todos llama, a su poder económico de gran magnate.

Con el slogan “Hagamos Estados Unidos grande de nuevo”, puso a su país por encima de todo. Con su discurso contra la inmigración ilegal, el libre comercio y a favor del intervencionismo militar, el candidato republicano ganó muchos adeptos.

Sus propuestas y declaraciones, aunadas al uso continuo, inadecuado y ofensivo de las redes sociales, le permitieron ganar apoyo entre la clase media. Las alusiones a México en relación con la construcción del muro en la frontera, también abonaron a su candidatura.

El triunfo que legalmente obtuvo sobre su contrincante demócrata, Hilary Clinton, aún se sigue discutiendo por la eventual injerencia de Rusia, que habría inclinado la balanza en su favor mediante la manipulación cibernética.

La errática firmeza que ha mostrado en el ejercicio del poder, más allá de la ambición personal por el dinero, las confrontaciones que en todos los órdenes ha abierto alrededor del mundo, la línea inalterable de su tosca conducta, alejada de todo rasgo de educación y refinamiento, incluso contra homólogos respetables, lo exhiben más nítidamente como ha sido desde el principio.

Donald Trump está representando a Donald Trump, no al personaje que encarna de presidente de Estados Unidos. El poder político, sujeto a protocolo, como se ve clara y reiteradamente, no lo ha refinado. Sólo lo exhibe más rústico y cruel; salvaje y cínico. Él es él, con todos sus vicios. Y nada más. En los norteamericanos está la decisión, muy respetable, de aguantarlo, e incluso permitirle que se reelija.

Por contraparte, la determinación de AMLO de conquistar el poder presidencial, está acreditada por una larga lucha de dos décadas. Pero a diferencia del jefe de la Casa Blanca, dada su esencia de izquierda, sus objetivos son otros. En su discurso campea el humanismo, antípoda del capitalismo de Trump.

Con el lema “Juntos Haremos Historia” de su última campaña, AMLO ha mostrado sus ideales. Estos, llevados al ejercicio del poder público, deberán cristalizar con base en las reformas que se propone realizar en todas las esferas de la vida nacional. Es indudable la necesidad de darle, y de que se tome, su tiempo. Con madurez, sensatez y prudencia, puede obtener mejores resultados.

El punto de partida sobre el que cada ciudadano debería reflexionar el hoy, es la voluntad y perseverancia que el futuro presidente de México ha enseñado. Su empeño por llegar a la meta que finalmente alcanzó el primero de julio, se dio contra todo tipo de adversidades, desventajas y obstáculos.

Si en unos meses hace didáctica de esa actitud y permea como ejemplo de arriba a abajo, se convertirá en el impulso vital para la construcción de una nueva mentalidad y una nueva cultura en la forma de gobernar y quizás hasta del ser del mexicano. Una actitud combativa, ganadora, decidida, segura de la ciudadanía sería la superación de muchos traumas históricos y la base de un nuevo ser colectivo.

Los clásicos del humanismo sostienen que el hombre de Estado debe poseer, necesariamente, las virtudes cardinales para realizar el valor supremo de la vida política.

Estas son: la prudencia, que incluye visión, cuidado y conocimiento; la templanza, que comprende honradez, sobriedad y continencia; la fortaleza, que lo capacita para alcanzar la magnificencia en la guerra y en la paz y le da paciencia y constancia ante las adversidades, y el sentido de justicia, que encierra piedad, caridad, amistad, deseo de concordia y desdén por las cosas transitorias.

Para conservar al Estado, el Príncipe necesita la sabiduría, que engloba razón, inteligencia, circunspección, sagacidad y modestia.

El príncipe virtuoso tiene como su más alto deber servir de modelo a sus gobernados y subalternos, evitando a toda costa las tentaciones del engaño, la falacia y la avaricia.

Andrés Manuel López Obrador ha reflejado y/u ofrecido los bienes que derivan de esas virtudes. Falta poco para que las pruebe en toda su magnitud y alcance. Si lo hace, entrará a la Historia por la puerta grande.

SOTTO VOCE… A la multa de casi 200 millones de pesos a Morena impuesta por el INE por supuestos malos manejos de un fideicomiso para la reconstrucción de los daños causados por el sismo del 19 de septiembre, al parecer, el Trife le dará reversa… Con el poder Ejecutivo, la mayoría en el Legislativo, influencia en el Judicial y el sistema de procuración de justicia (fiscal general) en sus manos, Andrés Manuel López Obrador deberá enviar un claro mensaje de que sólo utilizará esa fuerza para optimizar la gobernabilidad y una mejor gobernanza.

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