Los últimos noventa minutos de la temporada no deberán ser utilizados para comprobar si este enfrentamiento regional logra penetrar el mercado nacional.

No se trata de comprobar ninguna teoría.

La Final no es una guerra de rating ni un concurso de popularidad.

Se trata de entender la gran importancia de dos instituciones que han destinado millones de dólares buscando trascendencia en el deporte.

Se trata de dos equipos consistentes y que se han puesto a la altura de las expectativas y de las nominas.

Se trata de entender que para el aficionado en general, tener a Tigres y Rayados en la pelea por un título es un hecho sin precedentes que debería ser valorado única y exclusivamente por el gran interés futbolístico que genera.

¿En qué momento se convirtió esto en una lucha de ego?

¿De cuándo a acá nos convencimos que lo más popular es por naturaleza lo mejor?

Si el juego de vuelta llega o no a los niveles de audiencia de otras finales resulta un ejercicio de interés menor, al menos a mí, lo que más me interesa es ver a dos equipos gobernados por el deseo de supremacía y de hacer historia. Ver a dos equipos motivados que sean capaces de transmitir que sus deseos por obtener el trofeo es mucho mayor al temor de perderlo.

Quiero del clásico regio que sea eso, regio: majestuoso, espléndido, real, fastuoso, suntuoso, imperial, principesco. Y si lo logra, entonces el interés nacional llegará solito, y si no, repito, es lo que menos me importa del último partido de la temporada.

La lucha es por un titulo, por un trofeo, por ser el mejor y no el más popular

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