La histórica cumbre , a decir de Trump , fue todo un éxito. Ese discurso era ya evidente mucho antes de que la reunión hubiese ocurrido. No había forma, en otras palabras, de que el presidente estadounidense presentara los hechos como cualquier otra cosa que no fuese un logro inusitado. Bajo esa narrativa, Trump ha sido capaz de dar pasos que ningún otro mandatario de su país había dado para eliminar de una vez por todas la amenaza norcoreana. Al margen de esa parte que ya sabíamos, sin embargo, vale la pena efectuar un balance más frío, comprender qué es lo que sí se logra, qué es lo que debe esperar y, sobre todo, cuál es el potencial de éxito de este proceso que apenas inicia.

Primero, es indispensable reconocer que, bajo cualquier perspectiva, el solo hecho de que la cumbre haya sucedido es ya un desarrollo sumamente positivo. Solo recordar que hace unos meses estábamos inmersos en una dinámica de ensayos nucleares, pruebas con misiles, amenazas mutuas y predicciones acerca de cuándo y cómo podría estallar un conflicto armado en la península. En estos momentos, en cambio, la discusión gira más bien en torno a las posibilidades reales de una desnuclearización “completa, irreversible y verificable”, para usar las palabras de Pompeo, en torno a la velocidad a la que eso sería potencialmente alcanzado, o en torno a las concesiones que las partes tendrán que ir haciendo para llegar a ese punto. De manera tal que, si apreciamos éste como el inicio de un probablemente largo y tortuoso proceso—asumiendo que las intenciones de ambas partes sean serias, pues si no lo son, el propio proceso habrá de revelarlo—entonces el balance es, por supuesto, favorable.

Los problemas pueden empezar cuando buscamos traducir ese logro, que es real, en ganancias inmediatas de mucho mayor alcance, puesto que para que éstas apenas se vislumbren, falta mucho camino por recorrer, y en ese camino, todavía hay demasiadas cosas que pueden fallar. Tener esos factores en cuenta, actuar responsable y realistamente, y ofrecer una narrativa adecuada, deberían ser precisamente los elementos que contribuyan a que este proceso siga su curso de manera firme. Menciono algunos de esos factores que deberán ser atendidos.

El primero es la necesidad de acortar la brecha en las percepciones y concepciones en cuanto a cómo se llegó a esta cumbre, y cuáles son las metas a alcanzar . Para Trump y algunos miembros de su equipo, lo que ha ocurrido es que Kim llega a Singapur debido a la “presión máxima” ejercida por esta administración. El éxito de esta cumbre, desde esa óptica, se debe al estilo rudo que Trump tiene para tratar a sus contrapartes, razón por la cual a Kim no quedó opción alguna sino pactar, o incluso “rogar de rodillas”, como dijo Giuliani, cuando Trump había cancelado la reunión, para que la cumbre fuese reactivada. Kim entiende el panorama de forma muy diferente. Los mayores avances en cuanto a su programa nuclear y de misiles ocurren precisamente durante la administración Trump. Es justo en 2017 cuando Pyongyang demuestra que cuenta con misiles intercontinentales capaces de alcanzar territorio estadounidense, y cuando conduce su mayor ensayo nuclear, diez veces más potente que el previo. Esto le otorga una posición de fuerza que le permite plantarse en la mesa bajo términos muy distintos que sus predecesores. El tema importa porque solo si Pyongyang encuentra que el lugar que siente que merece es respetado, entonces podemos esperar progreso en estas negociaciones. Asimismo, para Kim es necesario reducir la brecha entre cómo él entiende la “desnuclearización de la península”, y cómo lo entiende Trump. Mientras que el segundo piensa que se trata solo de eliminar la capacidad nuclear de Pyongyang, Kim visualiza el esquema como una desnuclearización que incluye eliminar las amenazas que hoy pesan en contra de su país.

En ambos sentidos la cumbre arroja, para el líder norcoreano, resultados inmediatos, sin haber cedido más de lo que ya había cedido antes de llegar a Singapur (la aceptación de la desnuclearización como meta). En primera instancia, a diferencia de cómo este asunto ha sido planteado por Trump, la declaración conjunta reconoce que las negociaciones se encuentran apenas en la etapa de construir confianza, con miras a “promover la desnuclearización” de la península coreana (sin explicar cuándo o cómo). Bajo este planteamiento, Kim busca establecer que, en efecto, mientras se observen beneficios tangibles para su país, en esa medida Pyongyang adoptará pasos encaminados hacia dicha desnuclearización. Así, Pyongyang extrae una concesión adicional. Washington accede a suspender los ejercicios militares que continuamente lleva a cabo en la península, los cuales incluso Trump llama “provocativos”.

Esta serie de señales nos permiten, lejos del ruido político, pensar en un largo calendario de negociaciones que deberán incluir, de manera pausada, todos y cada uno de los elementos a atender para alcanzar la desnuclearización comprehensiva. Estos elementos incluyen al menos los siguientes: (a) desmantelamiento y remoción de armas nucleares ya existentes; (b) detener el enriquecimiento de uranio; (c) inhabilitar los reactores; (d) cerrar los sitios para ensayos nucleares; (e) eliminar la producción de combustible para bombas de hidrógeno ; (f) destruir las armas biológicas; (g) destruir las armas químicas ; (h) detener el programa de misiles ; (i) un régimen permanente de inspecciones internacionales para verificar todos estos puntos; y no menos importante, (j) asegurar que Pyongyang suspenda su intercambio y comercio internacional de armas y tecnología nuclear con actores estatales y no estatales a nivel global (NYT, 2018; FA, 2018).

Como se puede apreciar, si se avanza en algunos de esos rubros, pero no en los demás, los progresos en las negociaciones se podrían estancar o revertir. De igual modo, resulta evidente que los anteriores no son pasos que se pueden cumplir en unas semanas, ni siquiera en unos pocos meses. Algunos expertos en desarme han llegado a estimar que el conseguir cada uno de esos objetivos y verificarlos a cabalidad, podría conllevar un período de 10 a 15 años. Habrá seguramente quien piense que esos estimados son exagerados. Pero lo que queda claro es que estamos apenas al inicio de una ruta muy prolongada. De hecho, una de las grandes diferencias que habrá que zanjar tienen que ver con el hecho de que Pyongyang desea un tratado de paz permanente, mediante el cual el país y el régimen reciban un reconocimiento definitivo para poderse incorporar a la comunidad internacional bajo condiciones de normalidad. Hasta ahora, Washington había planteado que eso no podía ocurrir antes de la desnuclearización. Sin embargo, esta cumbre parece mostrar que Trump tendrá que aceptar una marcha más pausada para lograr dicha desnuclearización, por lo que un tratado de paz permanente deberá ser eventualmente puesto sobre la mesa.

Por último, será necesario incorporar a esta compleja ecuación, los intereses y necesidades de otros países involucrados. Primero está Corea del Sur , para quien lo más importante era desactivar la amenaza inmediata de un conflicto armado—lo cual parece, en efecto, estar ocurriendo—así como garantizar que este proceso avance lo suficiente a fin de asegurar una paz duradera en la península. Japón , hasta ahora, ha sido el actor menos incluido en las conversaciones y Tokio querrá influir en que esto no siga siendo así. Y China , el mayor aliado y sostén del régimen norcoreano, deberá formar parte de todo el esquema, si es que se desea que éste sea exitoso en el largo plazo. Beijing está muy satisfecha con el solo hecho de hablar de desnuclearización en lugar de un conflicto armado o de cambio de régimen. Sin embargo, hay una realidad paralela. Las relaciones Washington-Beijing atraviesan momentos muy complicados. Solo si las dirigencias de ambas potencias saben trabajar por vías separadas en el tema norcoreano y los otros temas que les enfrentan, entonces el proceso Kim-Trump puede librarse de resultar contaminado. De lo contrario, Beijing podría mostrar su frustración y enojo con Trump empleando la cuestión norcoreana como rehén.

En suma, un balance frío que busque alejarse del ruido mediático y político, podría arrojar señales positivas acerca de la cumbre de Singapur, siempre y cuando se entienda que lo alcanzado es una etapa inicial, importantísima, pero apenas el principio de un largo proceso. En esta etapa, Trump parece estar teniendo que aceptar que Kim, lejos de ser un joven manso y sumiso que “ruega de rodillas” por un lugar en la mesa, cuenta con fuertes cartas para exigir y extraer. Sin demasiado escándalo, el día de ayer, esto se acaba de confirmar.

Twitter: @maurimm

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