El priísmo, el que se viste de izquierda “regeneradora” y el tricolor, está de plácemes: al Frente Ciudadano por México se le acaba el tiempo. El invento de Ricardo Anaya, Dante Delgado y Alejandra Barrales es víctima de sus propias ambiciones y promesas. En el nombre lleva la penitencia: le ha hecho al electorado una oferta que parece negarse a cumplir. Los rostros públicos del Frente —y mucho más los asesores que les acompañan tras bambalinas— quieren aprovechar el hartazgo con la clase política y el anhelo de muchos por una mayor representación ciudadana sin tener que ceder un centímetro de las riendas del poder. Quiere venderse como ciudadano sin incluir ciudadanos. Quiere dar gato por liebre. Y eso no solo es inadmisible: es obsceno.

La idea original del Frente tenía sentido. En un caldo de cultivo ávido de opciones que rechacen los vicios del putrefacto sistema político mexicano —expuestos en toda su virulencia en los años del peñanietisimo— el camino más claro al poder está en el voto de cambio y protesta. Los creadores del Frente notaron, con razón, que Andrés Manuel López Obrador se había apropiado desde hace años de la narrativa contestaría en la política mexicana, discurso que, en el fondo, no tiene por qué corresponderle: López Obrador ha sido parte del sistema que critica desde hace tres décadas. De ahí que los frentistas, sobre todo Ricardo Anaya, optaran por adoptar un discurso de confrontación persistente frente al gobierno y, a su manera, contra el propio candidato de Morena. El problema, claro, es que Anaya tampoco es ningún outsider. Más allá de su elocuencia y su gusto por el histrionismo en el foro de debate (ambas virtudes innegables), ¿cuáles son sus cartas credenciales para presentarse como una opción de verdad diferente al aquelarre de siempre? Ninguna. De ahí que resultara tan buena idea recurrir al adjetivo de moda para disfrazar al Frente de antisistema: ciudadano. De pronto, Anaya y los suyos no pueden más que cumplir o arriesgarse a ser exhibidos como oportunistas.

El problema se ha complicado ahora que resulta evidente que los frentistas no están ni remotamente dispuestos a considerar una candidatura presidencial ciudadana. Hoy dicen a diestra y siniestra que no hay ciudadano que haya levantado la mano o que el trabajo de presidente requiere de un oficio del que ningún ciudadano sin años de mover el abanico puede presumir. Lo primero es una mentira y lo segundo una exageración: ciudadanos con aptitudes y ganas sobran, lo que no sobra es la voluntad de los frentistas de soltar el boleto de oro. Pero eso no tiene remedio. Desde el principio era indudable que el Frente era un vehículo para Ricardo Anaya. Nada hay de malo en ello: Anaya tiene aptitudes para ser un buen candidato presidencial y es, quizá, la mejor carta del PAN para enfrentar el reto lopezobradorista y al candidato que elija el presidente Peña Nieto. El problema para Anaya es la jaula que él mismo se ha construido. ¿Cómo encabezar la búsqueda de la Presidencia de un Frente Ciudadano cuando el proceso (el visible, el que cuenta) para elegir a los candidatos excluyó a los ciudadanos?

La solución para Anaya y los frentistas es doble. Primero, Anaya debería apresurar su nombramiento como candidato del Frente y prepararse para asumir las consecuencias. Nadie espera que el Frente haga otra cosa que no sea nominar a Ricardo Anaya a la Presidencia y retrasar la decisión solo beneficia a los adversarios electorales del 2018. ¿Habrá críticas, secuelas e incluso deserciones? Sin duda, pero todo eso es inevitable y ninguna será fatal. Mejor hacerlo antes que después. Si lo hace pronto, Anaya tendrá más de un semestre para tratar de reivindicarse con los votantes.

Pero no habrá redención sin sacrificio auténtico. Una vez traicionado su propio nombre tras el nombramiento de su candidato no-ciudadano, el Frente deberá abrir las puertas a hombres y mujeres alejados de la clase política mexicana. La lista de posibles candidaturas de toda índole y escala que el Frente podría llenar con ciudadanos es, esa sí, muy amplia. Si los frentistas pretenden rescatar algo de la legitimidad que les permita competir como una opción renovadora y antisistémica, tendrán que hacer honor a su nombre. Si insisten en engañar al electorado, la vida del Frente será corta y desgraciada. La historia recordará a Barrales, Delgado y, sobre todo, Anaya, como vendehúmos: oportunistas que quisieron aprovecharse de un electorado harto y cansado para vender una bocanada de aire fresco que resultó ser el mismo vapor rancio del endogámico sistema político mexicano. La única cosa peor que un político que engaña es un político que engaña sabiendo que engaña. Para ellos, y más en estos tiempos, la historia tiene reservado un oprobio particularmente definitivo. Veremos qué destino eligen los políticos del Frente.

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