Mucho antes de la era del rock de fines de los 70 y luego en los 80, cuando no se vislumbraba Internet, la herramienta común de muchos incipientes periodistas y críticos de rock era la hoy nostálgica máquina de escribir. Impensables eran los tipos de letra propuestos por Steve Jobs y la “corrección” automática del texto. El Liquid Papper era el complemento por excelencia para corregir errores ortográficos y palabras mal escritas.

En México existían pocas revistas de rock: México canta, Conecte, Pop y sonido, que representaban la consulta obligada para estar al día. Alguna vez llegaron publicaciones hispanas y argentinas, y el prestigiado suplemento del diario El Clarín y textos reconocidos de Diego Manrique, de El País.

Estar al corriente con colecciones completas de, por ejemplo, la Vibraciones hispana, era impensable hasta que una editorial mexicana trajo algunas. Obvio, volaron. Luego del cono sur llegó Pelo. España contraatacó con Polular Uno, desde el 73, y sus números especiales y sesiones del infaltable César Martin (como la fantástica: No me Judas Satanás), Kerrang!, Metal Hammer y las de la inteligencia hispana casi para especialistas: Ruta 66, Efe Eme hasta llegar, entre otras de corta vida, a Rock de Luxe. Los formatos de algunas, incluían apéndices y discos compactos temáticos, o acoplados de éxito y hasta experimentos auditivos. Todo por el mismo precio que la revista sola.

Básicamente en el DF aparecieron tirajes cortos de propuestas como Melodía, Nuestro rock, Rock América y fanzines dedicados a la cultura subterránea y el punk. Todos los conciertos (cuando en el DF y sus alrededores estaban proscritos), todas las tendencias mundiales, los movientos de la moda y los estilos, más las visitas guiadas a los undergrounds locales, eran carne de cañón heavy en el “Popu”, que todavía marca la pauta en la mercadería del rocanrol.

Revivals, mutaciones, progresiones, escuelas, tenencias, muertes celebradas, reinados, lados salvajes, glam, cloacas, estafas, genialidades, explosiones glitter, sexo, drogas, drags y mucha parafernalia eran tratadas o tenían su sitio en muchas de las revistas extranjeras y locales.

Muchos periodistas de la vieja guardia roquera aún en activo contra las legiones salvajes de la marea patito.com, que navegan con la consigna (y a ayuda del celular), defienden a ultranza que escribir en Twitter, Facebook, e incluso en WhatsApp, es hacer periodismo… sin haber pasado por la escuela y, en algunos casos, sin tener la mínima base cultural musical, sintiéndose que no están en plataformas digitales, donde la mayoría de notas se olvida al instante, sino casi en el New York Times.

La turba crece porque con una laptop ya son escritores, críticos, opinadores y cuestionadores de cualquier verdad. Además con un cel se vuelven fotógrafos, y, si lo ponen en modo de video, son camarógrafos y directores de cine y, con cualquier programa, se transforman en editores. ¿Y el paso por la escuela? A lo mejor no tienen discos compactos y mucho menos vinilos, porque tiene Spotify que, muchas veces, como Google, no saben utilizar, ya que por lo general ponen lo primero que aparece. Citan tal cual, sin contexto, omitiendo autores y la mayoría de la veces no hay créditos, ni referencias. Por eso hay un bando bien definido de culto al papel escrito, en diarios y pocas publicaciones que, para nada, se van a morir; entre ellas las revistas de rock que aún ofrecen algo más que la letra impresa.

pepenavar60@gmail.com

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