En el año 2000, varias encuestas indicaban que Francisco Labastida se alzaría con la victoria en la contienda presidencial, pero Vicente Fox ganó cómodamente por 6 puntos porcentuales. Para entender la divergencia entre las encuestas y el resultado oficial, el IFE organizó un foro en el Hotel Sumiya en el que participaron encuestadores, académicos y funcionarios electorales. Al igual que hoy, una de las principales explicaciones giró en torno a los denominados “indecisos”. De acuerdo con esta hipótesis, quienes no contestaban a la pregunta de intención de voto en las encuestas eran predominante opositores al PRI . Si la mayoría de estos “indecisos” se hubieran asignado a Fox, se habría previsto correctamente el resultado electoral.

En ese contexto, Juan Molinar Horcasitas, entonces consejero del IFE y siempre agudo analista electoral, señaló (cito de memoria): “A mí no me preocupan los indecisos, quienes me preocupan son los decisos”. Molinar tenía razón: el principal reto en las encuestas está en quienes expresan que votarán por un partido y el día de los comicios lo hacen por otro. Si 3% de los encuestados dice que votará por el primer lugar pero en realidad vota por el segundo, la brecha entre ambos se reduce en 6 puntos porcentuales. Esta hipótesis alternativa puede explicar la sobreestimación del PRI en las encuestas de comicios anteriores.

¿Por qué algunos encuestados dicen que van a votar por un candidato y al final lo hacen por otro? La principal razón es que muchos votantes no están totalmente convencidos de su elección. Diversas encuestas muestran que solo la mitad del electorado está seguro de su voto mientras que cerca de un tercio señala que podría cambiar. Los más convencidos son los lopezobradoristas, pero incluso entre ellos sólo 56% está seguro de votar por AMLO. Los porcentajes son menores para Anaya o Meade (39 y 38 por ciento respectivamente; El Financiero, 4 de junio).

Este nivel de incertidumbre de los decisos, quienes SÍ contestan la pregunta de intención de voto, significa que son un segmento con buenas posibilidades de cambiar de preferencia. Su disonancia puede deberse a que les guste el candidato pero no sus aliados o posibles políticas públicas (AMLO y el PES), que les guste el partido pero no el candidato (perredistas y Anaya) o que simpaticen con el partido gobernante pero desaprueban al presidente (la mitad de los priístas). Un caso clásico en Estados Unidos fue el de los demócratas que simpatizaban con Ronald Reagan. Para las encuestas, este problema se traduce en que la medición de intención de voto puede tener un bajo nivel de fiabilidad (reliability). Si analizáramos a quienes apoyan a un candidato, pero lo hacen con reservas, podríamos observar inestabilidad de sus preferencias a lo largo de la campaña. Incluso en una misma encuesta podemos encontrar inconsistencias en sus opiniones y actitudes.

Las encuestas suelen medir la intención de voto con una sola pregunta, pero es posible (y deseable) utilizar más información dentro de la misma encuesta que esté altamente correlacionada con la preferencia electoral. Así podríamos detectar contradicciones, o inconsistencias, y asignar a cada entrevistado su probabilidad de votar por cada aspirante. Más aún, podríamos detectar falsos positivos (quienes dicen que votarán por un partido pero seguramente lo harán por otro) y falsos negativos (quienes dicen no tener una preferencia pero en realidad sí la tienen).

Para darnos una idea de la magnitud del problema, cuando se aplican métodos de machine learning para detección de anomalías en encuestas electorales, es normal encontrar que alrededor de una cuarta parte de los entrevistados presenta inconsistencias que ameritarían reclasificar su intención de voto. Si dichas inconsistencias no favorecen sistemáticamente a algún candidato, los errores se cancelarán y el resultado del método es parecido al de la encuesta.

Pero algunas veces existe sesgo sistemático a favor del partido en el gobierno o del candidato con más exposición mediática (top of mind). Por eso el análisis de las encuestas debe ir más allá de reportar la pregunta de preferencia electoral. Si alguien responde que votará por López Obrador también debemos esperar que tenga buena opinión de él y de Morena. Más aún, en los careos AMLO debiera ser la opción preferida sobre su rival más cercano. Del mismo modo, uno debe dudar de quien dice que votará por Anaya pero tiene mala opinión del PAN y ve con buenos ojos a otro candidato. Este tipo de decisos son los más volátiles en una campaña y son probablemente el principal problema de medición demoscópica. Por ello ¡cuidado con los decisos!

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