En “El canto del pájaro”, Anthony de Mello dijo “Lo que para uno es comida, es veneno para otro”.

Comer, como actividad que busca alimentar el cuerpo y permite al mismo tiempo fortalecer relaciones humanas, es un acto de fe, ya que requiere confiar en que el cocinero u otro comensal no han envenenado el platillo que se consume.

En ajedrez, sin embargo, se debe comer con cautela porque, de no hacerlo, se corre el peligro de caer víctima de un veneno. Capturar cada pieza en una partida no puede ser un acto de confianza en el rival; en el tablero se debe sospechar de venenos a cada momento y en cada posible captura, hasta del más aparentemente inocente peón.

El peón enevenenado
El peón enevenenado

Al final de cuentas no hay que perder de vista que, como sentenció Fernando Arrabal, “en el ajedrez, lo más importante no son el rey y la reina, sino los peones”.

Un peón envenenado, aquel que perece regalado pero guarda una trampa mortal, puede encontrarse con facilidad. No nos dejemos engañar por la apariencia, “el veneno, como el perfume, vienen siempre en frasco pequeño”.

rjavier.vargas.p@gmail.com

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