El viernes 30 de enero de 1933, el día en el que Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania, había una epidemia de gripe. Heinrich Böll estaba enfermo, postrado en cama, según lo evoca en Pero ¿qué será de este muchacho? Se trataba de “una epidemia que, en mi opinión, no ha sido suficientemente tenido en cuenta en los análisis del advenimiento de Hitler al poder”. Probablemente leía un libro de Jack London que le había prestado a su familia un amigo del gremio de escritores, “pero también puede ser que al mismo tiempo leyera —¡oh pelo erizado de los entendidos en literatura, como me gustaría alisárselo!— a Trakl”.

Como el tabaco, en esos años aciagos del terror nacionalsocialista, la literatura fue para Böll más que un refugio. Traducía Antígona de Sófocles, leía a Hölderlin, a Léon Bloy, a Georges Bernanos, Henri Barbusse, Dickens, Dostoievski, Balzac, Erich Maria Remarque, Evelyn Waugh. Como el tabaco, conseguía los libros a pesar de las penurias y los leía a pesar de los cortes frecuentes de electricidad y de que las velas resultaban costosas y se consumían con celeridad.

Heinrich Böll nació hace cien años en Colonia, “una ciudad que no sólo tenía fama por su santidad, sino que también había caído en el descrédito por su prostitución, ambas de larga tradición, gran envergadura y alta variedad”. Su familia era católica, pero algunos de sus miembros, entre ellos Heinrich Böll, luego de que los nazis obtuvieran del Vaticano su primer gran reconocimiento internacional, “consideraron seriamente salirse de la Iglesia, pero esto ya se había convertido en moda entre los ‘caídos de marzo’”. Los “caídos de marzo” alude a los numerosos alemanes que se adhirieron al Partido Nazi después de las elecciones de marzo de 1933. Quizá no sólo en su familia se repetía la pregunta: “Pero ¿qué será de este muchacho?” Y entre los oficios que le sugirieron que aprendiera se hallaron el de agrimensor y el de aprendiz en la casa de un comerciante de café en la Witschgasse de Colonia. Recordaba que la “Witschgasse despertaba en mí, cada vez que más tarde pasaba casualmente por delante, una curiosa y tierna nostalgia. Y ese poder haber sido o poder haber hecho –aunque estaba firmemente decidido a escribir, tal vez incluso a convertirme en escritor-, el rodeo por la agrimensura o el comercio de café al por mayor no habría sido peor que otros rodeos o extravíos por los que me metí después”.

Entre las formas que intentó su familia para ganar dinero en ese tiempo en el que se educaba para la muerte como el supremo objetivo de la existencia, el peor de los fracasos resultó la de escribir direcciones, para lo cual tenía una máquina de escribir en la que posteriormente Heinrich Böll escribió sus primeras “novelas cortas, influidas por Dostoievski y después por Bloy; pero también escribí una novela a mano que sorprendió un poco a mi futura esposa, porque mi ‘héroe’ tenía dos mujeres”.

Sus historias tratan con frecuencia de personajes peculiarmente comunes acosados por una realidad a la que deben sobrevivir. En El tren llegó puntual y ¿Dónde estabas Adán?, por ejemplo, deben sobrevivir a la guerra, en Casa sin amo y El pan de los años de juventud, al hambre y las miserías, sobre todo morales, de la posguerra, en El honor perdido de Katharina Blum, a la difamación perseverante de la prensa, como la que sufrió Böll por parte de lo que llamaba “tabloide inventivo” debido a que había pedido un trato humanitario para los terroristas de la RAF, la Fracción del Ejército Rojo, conocida también como la banda Baader-Meinhof.

Siegfried Lenz consideraba que Böll se había propuesto representar su tiempo para todos los tiempos. Lo ensayó con una sencillez semejante a la de sus personajes y con un humor aparentemente inocente.

No abjuró del tabaco ni de la fe católica, pero como buen Kölner, como buen nativo de Colonia, “nunca se tomó en serio la autoridad, fuera la del Estado, fuera la de la Iglesia”. Creía asimismo que “inmiscuirse es la única posibilidad de seguir siendo realista”, por lo que fue un hombre consuetudinariamente crítico que detestaba ser considerado “la conciencia moral de Alemania”. Pensaba que lo que ocurría era que en Alemania había poca conciencia.

Heinrich Böll confesaba que sus libros convergían en un solo libro: Retrato de grupo con dama. Murió el 16 de julio de 1985 en Kreuzau, Alemania.

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