Sólo aprendemos de los demás —en la escritura o en la palabra— si sabemos leerlos y escucharlos.
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En lo fundamental, aprendemos más del silencio que de la palabra.
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Si nos llegara un mero fulgor de lo oculto, nuestro pobre conocimiento del mundo palidecería como la luz de una vela ante la llegada del sol.
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Las armas predilectas de la muerte son el miedo y el tiempo.
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La buena poesía mitiga la soledad.