Fueron unos campesinos quienes dieron el reporte. La muchacha perdida estaba tirada en un sembradío de San Pablo Etla, en Oaxaca.

Le habían roto la mandíbula. Tenía el cráneo fracturado y la nariz desprendida.

Su madre la reconoció por la ropa, un suéter gris y un pantalón negro, los mismos que llevaba el día en que desapareció: 4 de agosto de 2013.

Aquel domingo, Ivón Jiménez, de 20 años, se apartó de su madre a las puertas de la iglesia del Ex-Marquesado, en la ciudad de Oaxaca. Iba a platicar “cinco minutos” con su novio, con el que había roto la noche anterior.

Pero no llegó a la misa. Su celular estaba muerto. Tampoco la localizaron en su casa. Había comenzado el domingo más largo y atroz en la vida de su madre, Elvira Camacho.

Hacia el mediodía, la señora Camacho decidió marcarle al novio de su hija, Kevin Gonzalo Rojo. Él le dijo que después de platicar y arreglar “el pequeño pleito” la había dejado de nuevo en la entrada de la iglesia.

A Elvira le llamó la atención la prisa con que Kevin cortó la comunicación.

—Perdóneme, pero ya va a empezar mi partido de futbol.

Le marcó también a los padres del muchacho, dos empleados del Tribunal Superior de Justicia, pero ellos tampoco tenían noticias.

El día se le fue en búsquedas. Dieron las cinco de la tarde. La señora pidió en una clínica cercana que le dejaran revisar las cámaras de seguridad: le dijeron que no era posible. Pidió ayuda a su esposo, pero este se encogió de hombros y dijo que seguramente la muchacha “ya se había ido con otro”.

En la noche tocaron el timbre. Eran Kevin y sus padres. Él se veía alterado, nervioso. Ella le dijo: “Tú te la llevaste”. Él contestó que sí, “pero luego la dejé en la iglesia”. Algo le dijo a Elvira que aquello no era cierto.

Decidió acudir al ministerio público. Antes de hacerlo le marcó a Kevin:

—Tú la tienes. Ahora mismo voy a denunciar, voy a llegar hasta donde más pueda.

Él insistió en su inocencia. Pero mientras Elvira y su esposo estaban en el ministerio público, se presentó en la casa de la familia y le dijo a los hermanos de Ivón una mentira:

—Me mandan tus papás por unas fotos. Las necesitan para poner la denuncia.

Entró con ellos hasta la recámara de la chica. Cuando se fue, llevando en las manos un retrato de cuerpo entero, la lap top que ella tenía en su buró había desaparecido.

La hermana de Ivón se la reclamó al día siguiente. Él alegó que se la había llevado para ver si encontraba alguna pista. Cuando la regresó, advirtieron que la máquina había sido reseteada, “venía total y absolutamente limpia”.

Cuando le informaron de esto a los agentes de la Fiscalía General del Estado, el comandante dijo:

—¿Qué más pruebas queremos? Es él.

Elvira dice que, sin embargo, no se libró una orden de aprehensión: “Juzgaron que no había pruebas suficientes”.

Ella pidió que se analizaran las cámaras de la ciudad. Los hermanos de Ivón tapizaron Oaxaca con volantes de búsqueda. Entonces llegó la llamada: era preciso que Elvira fuera a Etla.

No le dijeron más, pero ella supo qué significaba: “Que la habían ido a tirar como a un perro”, dice.

Un agente le dijo que el cadáver tenía piel en las uñas. La muchacha había luchado. El ADN permitiría saber quién era el autor. Elvira firmó una autorización, pero el estudio nunca se realizó.

La mujer dice que Kevin se presentó en el funeral, amparado y rodeado de gente del Tribunal Superior. Juró que no era responsable de nada y que solo quería acompañar a la tumba al “amor de su vida”.

Elvira le notó un rasguño en la muñeca, él dijo que acababa de morderlo un perro, el velorio estuvo a un tris de acabar convertido en un zafarrancho.

—Pedí que lo sometieran a estudios, que revisaran si tenía más heridas en los brazos, pero él recurrió a derechos humanos. Alegó que no podían hacerle ningún estudio si él no lo autorizaba.

Al caso, según Elvira, le dieron carpetazo dos veces. Ella no se rindió. Siguió luchando, haciendo investigaciones por su cuenta y sintiendo que los padres de Kevin estaban “moviendo influencias”.

De ese modo llegó hasta un taxista que el día de los hechos había visto un coche rojo junto al baldío de Etla. Con ese testimonio logró que la Fiscalía ordenara la reapertura del caso.

Para entonces, sin embargo, Kevin Gonzalo Rojo se había dado a la fuga.

—A diferencia de otras mujeres, sé dónde está mi hija. Hay una tumba con su nombre —dice Elvira.

En lo que no hay diferencia alguna con otros casos de feminicidio, son los cuatro años de impunidad transcurridos desde entonces. Hay una recompensa por el asesino, pero solo eso. Nada más que eso.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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