José Jorge Balderas, El J. J., disparó en la cabeza del futbolista Salvador Cabañas, en un antro de Álvaro Obregón, el Bar-Bar, ubicado al sur de la Ciudad de México, el 25 de enero de 2010.

Balderas era compañero de borracheras y el encargado de vender la droga de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, en bares de Polanco, Tlalpan e Insurgentes Sur.

El incidente con el delantero del América desató un escándalo que ocasionó que El J.J. tuviera que desaparecer por un tiempo. La Barbie lo escondió en un departamento de Cuajimalpa. Más tarde lo mudó a Atizapán. Balderas recaló, finalmente, en un domicilio de Bosques de las Lomas.

A pesar de que la policía perseguía sus huellas, continuó operando en la Ciudad de México y algunas zonas del Edomex. Un año más tarde, el día de su detención, admitió que haberle disparado a Salvador Cabañas había logrado que su negocio mejorara.

Al final ni siquiera tuvo que esconderse. Con una gorra y una lente siguió manejando la droga de La Barbie.

En la entrega de ayer relaté que cuando La Barbie cayó en manos de las autoridades, Balderas se acercó al jefe de sicarios de la organización, Óscar García Montoya, conocido como El Compayito, para proponerle que se repartieran el territorio.

Este jefe de sicarios era uno de los narcos más sanguinarios del Cártel de los Beltrán Leyva: se había entrenado en Guatemala con los kaibiles y, de acuerdo con sus cómplices, disfrutaba a fondo el momento de decapitar a sus rivales (un miembro del cártel lo describió como un hombre “loco, loco, loco”).

La leyenda decía que García Montoya cayó una vez en manos de Los Zetas, quienes lo torturaron, le arrancaron las uñas y lo dieron por muerto.

Esa noche se levantó y mató a los hombres que lo habían secuestrado.

García Montoya despreciaba a El J.J, al que consideraba “un nene bien vestido”, “compañero de parrandas de La Barbie”.

Lo corrió de Polanco, Tlalpan e Insurgentes Sur, y también se quedó con su negocio en las zonas del Estado de México que El J.J. controlaba. Huixquilucan, entre ellas.

A través de un ex policía de ese municipio, el temible Carlo Ricalde Baroccio, alias El Ricalde, García Montoya puso en marcha el método que había aprendido de su antiguo jefe, el capo Arturo Beltrán Leyva: controlar, a través del dinero y el miedo, al eslabón más débil del esquema de seguridad: la policía municipal.

La droga comenzó a ser transportada en patrullas. Los agentes estaban encargados de proteger los movimientos y realizar los levantones del cártel.

El 25 de diciembre de 2010, García Montoya, El Compayito, empleó por vez primera el alias inquietante de La Mano con Ojos. Ese día un policía estatal que había obtenido una lista de puntos de venta de narcomenudeo fue ejecutado y decapitado al lado de su “madrina”.

Al lado del cuerpo del agente, abandonado en Tecamachalco, había una cartulina que rezaba: “soy agente de la policía ministerial del Estado de México, esto me pasó por no respetar plazas ajenas y andar extorsionando y darle protección al JJ”.

La cartulina estaba firmada por La Mano con Ojos.

Ningún cuerpo policiaco poseía información sobre un individuo apodado de esta forma. La Mano era un fantasma.

En enero de 2011 ocurrieron dos cosas: El J.J. fue detenido y un agente ministerial citó en una plaza comercial al entonces procurador mexiquense, Alfredo Castillo, para decirle que la policía de Huixquilucan se hallaba totalmente infiltrada por el narcotráfico.

La procuraduría inició un trabajo de seguimiento que demostró que al menos 16 elementos de la policía municipal se hallaban involucrados “con un grupo delictivo” que les solía pagar con droga. Pero desde hacía meses estos elementos no respondían ya a El J.J.

La intervención de llamadas telefónicas hizo creer a las autoridades que el nuevo jefe de plaza en Huixquilucan era un sujeto apodado El Compayito, y que el nombre de su organización era La Mano con Ojos.

“Nosotros les avisábamos para dónde iban los policías, para que ellos hicieran sus actividades, como levantones o secuestros o robos, en lugares diferentes, y que así no fueran molestados”, declaró uno de los agentes al ser detenido.

La procuraduría mexiquense jaló el hilo. Obtuvo números de patrullas y el nombre de los agentes que habían participado en por lo menos once homicidios, todos extremadamente violentos, y con el sello de la decapitación.

Los 16 municipales fueron detenidos. Las autoridades entendieron entonces que El Compayito y La Mano con Ojos eran la misma persona.

Pero había problema: nadie lo había visto. Lo cierto es que era el narco que controlaba varios municipios del Estado de México y delegaciones del sur del entonces Distrito Federal. (El lunes, la continuación de la historia).

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