–Soy un pendejo –le dijo El Betito a los agentes de la División Antidrogas que lo detuvieron.

El líder de la Unión Tepito reía nerviosamente. 28 kilos menos, una prótesis capilar, bypass gástrico, tenis Louis Vuitton, cinturón Fendi, camisa Hugo Boss, cartera Louis Vuitton con una “B” de plata incrustada.

–¿Cómo supieron que era yo? –les preguntó– . No manchen. ¿Cómo supieron? Mírenme, no soy el mismo.

Roberto Moyado Esparza acababa de ser detenido, en compañía de su hermano José, en una calle de Rincón del Pedregal, en la delegación Tlalpan.

Según las autoridades, El Betito había derramado sangre en la ciudad de México como si fuera agua. Asesinatos, torturas, descuartizamientos. Venta de droga y extorsiones en al menos 12 delegaciones de la capital.

El miércoles 8 de agosto estacionó un Suzuki blanco en una calle poco transitada y caminó, al lado de su hermano, hacia uno de los sitios donde se escondía. Dos policías federales vestidos de civil se acercaron en un Jetta. Rebasaron a los dos hermanos. Uno de los agentes cotejó la foto que llevaba en las manos con la fisonomía de los hombres que caminaba.

Era él. Después de nueve meses de búsqueda los agentes federales tenían al jefe de la Unión Tepito al alcance de la mano. Descendieron del Jetta, se identificaron, le pidieron a Moyado Esparza su credencial del IFE.

El hermano de El Betito intentó estorbarlos y gritó:

–¡Corre, carnal!

El Betito echó a correr en sentido contrario. De ese lado de la calle se acercaba, sin embargo, una camioneta de la División de Operaciones Especiales, con seis hombres a bordo. Los agentes portaban el uniforme reglamentario, gorra, chaleco, chamarra. No querían que Moyado Esparza creyera que quienes iban por él eran miembros de un grupo rival. Querían evitar una balacera.

–Tírate al piso –le dijeron.

El Betito comenzó a reír. De camino a la PGR ofreció a sus captores “un litro” (un millón). Luego dos, tres, cuatro, cinco.

–Se los junto ahorita, rápido –les dijo.

Traía diez mil dólares en la bolsa, varias dosis de cristal y un arma abastecida.

–Pensé en sacarla –dijo.

Hace alrededor de nueve meses una denuncia anónima, realizada presumiblemente por comerciantes asolados por la Unión Tepito, llegó a la PGR.

Informaba que El Betito había salido de su zona de confort –el Centro Histórico, Tepito, la Lagunilla, la colonia Guerrero–, para moverse en la zona de Polanco, Santa Fe, San Ángel y el Pedregal.

La última foto conocida de Moyado Esparza databa del año 2008, en que fue capturado durante un asalto fallido. Los agentes que hicieron la investigación dicen que tenían un apodo y un nombre al que no era posible ponerle una cara.

Una red de vigilancia y seguimiento les permitió ubicar una serie de vehículos de lujo –Mercedes, Audi, Buick, Land Rover– que iban de Tepito a las colonias mencionadas. Los autos llevaron a la policía federal a diversos condominios de lujo, y más tarde, a reuniones celebradas en cantinas y restaurantes de Polanco, Nápoles y Del Valle.

Una reunión que se verificó en La No. 20 llamó la atención de los agentes federales: 30 jóvenes vestidos con pantalones entallados, tenis de bota de diferentes colores, gorras, camisetas de marca y “mariconeras” al hombro (al estilo “tepiteño”, según los federales) se habían apostado en los alrededores del lugar: evidentemente lo estaban custodiando.

Dos mujeres de la Policía Federal entraron a comer en la cantina. Advirtieron que en una de las mesas varios hombres acordaban, hacían llamadas, enviaban mensajes, daban instrucciones y gastaban mucho. Había algunos colombianos en el grupo.

Las agentes no identificaron en primera instancia a El Betito (el líder criminal ya había transformado su fisonomía drásticamente) pero les quedó claro que en aquella reunión estaba ocurriendo algo importante. Lograron obtener varias fotografías que expertos compararon luego con la más conocida de Moyado Esparza. “Lo tenemos”, informaron.

El líder de la Unión cambiaba frecuentemente de auto y de domicilio. A veces se movía en vehículos modestos, acompañado solo por dos hombres de confianza.

Según los policías que lo siguieron, parecía tener más miedo a sus enemigos que a las corporaciones encargadas de perseguirlo. Cuando la noticias sobre él arreciaron en la prensa, su círculo de protección aumentó.

Aquella tarde, sin embargo, estaba solo. “No manchen –dijo–, ¿cómo supieron que era yo?”.

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