A estas alturas de la campaña por alzarse con la Presidencia de la República maltrecha, luego de proyectos y debates, delirios y ocurrencias, propósitos y dislates, no hay mayor certeza sobre quién deberá ser el ungido, el “Primer Magistrado”, el mandamás reverenciado por algunos y por todos tan temido: ese breve caudillo zumbante como una abeja reina sexenal acicalada por miles de zánganos.

No me refiero, claro está, a los votantes decididos, a quienes practican alguna de las tres religiones en juego, ya abrazados de una fe ciega que no requiere de evidencias y prescinde de toda duda, seguros de que la patria será salvada por el diocesillo de su preferencia, ese que en vez de aureola en la cabeza llevará la banda presidencial en el pecho. Hossana en las bajuras.

Quienes dudamos no podemos con ninguna de las tres opciones que la sabia Patria ha designado como sus candidatos a gobernarla. Ninguno parece reunir las muchas habilidades y competencias que demanda una realidad nacional tan laboriosamente compleja, sobresaturada de pobreza, inseguridad y corrupción; castigada por el crimen organizado y su correlato, la justicia desorganizada; la educación tembleque, el caos demográfico, la desaseada confusión y toda clase de tribulaciones a las que, por si algo faltare, se agregan las pataletas del vecino Narciso.

¿De veras creemos factible que puede haber un mexicano, un mexicano solo, sólo un mexicano, capaz de equilibrar en su mente, alma y corazón, la balanza de un país tan singular y arisco, contradictorio, complejo? Y en caso de haberlo (porque a la imaginación la dispara más la angustia que la información), ¿no es inhumano declararlo encarnación de ese país? ¿No es un exceso declarar que existe un compatriota dotado no solamente de una poderosa inteligencia sino, además, de sentido común, integridad moral y auténtica honestidad?

Sí, ya sé que el múltiple cuerpo de la ciudadanía se reparte también en las Cámaras y los poderes locales y todo eso. Y que el ungido a su vez se multiplica en sus secretarios de Estado y sus directores y asesores. Pero esos ramajes no dejan de estar sostenidos por un tronco, un tronco solo, cuyas fibras y savias emanan de un solo presidente jardinero al que —diría Mencken— la estupidez individual transmutó en sabiduría colectiva.

Quizás sea ahí donde radica el error. Deberíamos tener mejor un triunvirato, es decir, que ganen los tres y sean presidentes al mismo tiempo. ¿Los tres creen que la Patria es primero? Pues no quieran ser el primero. ¿Los tres proclaman respeto a las diferencias y apertura al diálogo? Pues no hay mejor manera de probarlo que en una presidencia tripartita. ¿Los tres se proclaman creyentes? Bueno, pues hasta Dios es triunvirato —Brahma, Vishnu y Shiva entre hindúes; Padre, Hijo y Espíritu entre cristianos; Odin, Thor y Borr entre vikingos— ¿O acaso Dios les parece poco ejemplo?

Los triunviratos han funcionado antes: de la dinastía Han a los romanos y al gobierno tripartita francés de la posguerra. Hasta en México hay precedente: Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Celestino Negrete gobernaron una vez a la vez. Cuando las patrias se tambalean, tres saben y pueden más que uno: tres cerebros, tres hígados y tres narices.

Habría que suponer que la suma de las virtudes de —por orden alfabético— Anaya, AMLO y Meade es superior a la suma de sus defectos…

Las ventajas son obvias: cada uno haría bien lo que sabe hacer bien y no podría hacer más lo que no sabe hacer, porque lo estaría haciendo el que sí sabe. Los tres estarían despachando en una sola enorme oficina en Palacio Nacional, cada uno y su equipo bajo el escrutinio de los otros y los suyos. Y, claro está, los tres odiándose profundamente, pero con un odio benefactor a fin de cuentas, uno al que no le quedaría más opción que encausarse como competividad. Como los mosqueteros, necesariamente serían uno para todos y todos para uno.

Las otras ventajas son obvias: se evitaría la polarización política, el tigre se quedaría bien encerrado, las grandes decisiones se tomarían no desde el capricho sino desde el consenso, la grilla y los complots y el cucareo y los cuchareos y macaneos y todo eso amainaría y en una de esas hasta se acaba. Y sería divertido verlos dar el Grito de Independencia en coro (aunque desfasados y desafinados), y verlos viviendo en tres condominios vecinos en Los Peanuts…

Y en el peor de los casos tendríamos por lo menos la satisfacción de saber que los miles de millones que costaron las campañas no se desperdiciaron.

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